Tras la requisa, uno de los responsables de seguridad le dijo al aficionado que probablemente no le dejarían entrar con su correa.
Al consultar con su superior este le dijo: “Que pase no más, con esa cantidad de público no hay problema”. Esa alerta le regresó el accesorio al espectador, pero también le hizo conocer la realidad de los graderíos en el Ágora de la Casa de la Cultura Ecuatoriana.
El espectáculo comenzó con una ocupación de menos del 50% de la capacidad del local.
Los teloneros Anima Inside interpretaron durante 40 minutos un set bastante solvente, cuya única falla fue la microfonía de la batería -que no dejaba oír con claridad todos los golpes de la percusión-.Tras la intervención del grupo nacional y una espera significativa en medio de clásicos de Alice Cooper, que sonaban desde los parlantes del Ágora, llegó el momento en que los fanáticos de Queen apreciaron la poca definición de la vista humana.
Al menos si se observaba el show desde unos veinte metros de distancia, se podía jurar que saltaron al escenario Freddy Mercury, Brian May, Roger Taylor y John Deacon para tocar su tema One Vision. Pero no, eran los argentinos Pablo Padín, Francisco Calgaro, Matías Albornoz y Ezequiel Tibaldo y su tributo a Queen, Dios Salve a la Reina.Y no solo era una cuestión de apariencia. Cuando tocaron Tie Your Mother Down y In the Lap of the Gods el oído pasaba de la incredulidad al autoengaño.
¡Cómo no podía ser Freddy Mercury ese hombre si tenía el bigote, la ropa, el pedestal de micrófono sin fondo y esa voz que se pensaba inimitable!
Lo propio para las seis cuerdas ¡pero si hasta usaba la guitarra diseñada por May, la roja especial, con ese sonido característico y ese cable de teléfono de disco colgando desde su caja! ¿Y los de la sección rítmica? ¡Pero si el baterista cantaba coros tan agudos como Taylor y el bajista se pasaba al teclado con la misma facilidad que Deacon!De hecho, eso lo hizo en la siguiente canción, It’s a Kind of Magic.
Ya para entonces, los conocedores se habían dado cuenta de que el repertorio no había sido escogido al azar. Estaba siguiendo casi al pie de la letra los lineamientos de la lista que Queen interpretó en su afamado concierto en Wembley en 1986.
Lo que también era obvio, era que no solo sacaron al pie de la letra los temas sino que también calcaron todo movimiento y palabra de ese show. Eso incluía los calentamientos vocales con público que Mercury hizo en ese memorable show. Tras ese juego de preguntas y respuestas entre el vocalista y el público -que pese a no ser numeroso sí se entregó a la fantasía del show- sonaron Under Preassure, Another One Bites the Dust, Who Wants to Live Forever y I Want to Break Free.
Llegó entonces el momento del solo de guitarra, calcado hasta el más mínimo detalle: el mismo seteo de perillas en el efecto de eco, el mismo paradito del pelo rizado y por sobre todo, hasta casi el mismo sentido del tiempo y de vibrato en cada nota. Realmente estos músicos ya no son ellos mismos, son Queen.
Tras la pausa instrumental llegó Now I’m Here para luego dar paso a la emotiva sección de guitarra y voz. Padín se acomodaba una toalla en su cuello y recitaba las sentidas y complicadas notas de las baladas Love of my Life y Is This the World We Created.
Luego, a la guitarra acustica de doce cuerdas se unieron la pandereta y el bajo para interpretar el mismo popurrí de cóvers desconectados de Wembley: You’re So Square, Baby I Don’t Care de Elvis Presley, Hello Mary Loy de Ricky Nelson y Tutti Frutti de Little Richard fueron el toque de rock and roll de la noche.
En la última, funcionó a la perfección la transición entre lo acústico y lo eléctrico. Ya con toda la banda en sus puestos habituales sonó un pedacito de Gimme’ Some Lovin’ de The Spencer Davis Group; tal era la antesala de algo épico.Padín agradecía en inglés con las mismas líneas de Mercury en Wembley y procedió a sentarse en su piano blanco. Apenas sonaron los característicos arpegios en Si bemol de Bohemian Rhapsody, el público, sus gritos y aplausos se agrandaron para recibir a la obra cumbre de Freddie.
Un solo coro desde las gradas fue guiado por Dios Salve a la Reina hasta que llegó el clímax de la obra. Aquí es donde ocurrió algo inesperado. Es que ni los propios Queen tocaban en vivo la parte del arreglo coral con las líneas “mama mía figaro magnifico” por lo complicado que resulta reproducir en vivo el espíritu de ópera de la composición original. Pues Padín y compañía lo hicieron y con total solvencia. Así, el grupo abandonó por primera vez el escenario. Regresaron, con Crazy Little Thing Called Love, Radio GaGa, We Will Rock You y Friends Will be Friends.
Tal como el guión del legendario concierto mandaba, cerraron con We Are the Champions. Entonces, los que sabían que en el repertorio de Wembley ya no se tocaron más canciones, empezaron a abandonar el lugar, mientras los más entusiastas solicitaban que no se acabara aún el espectáculo.
Fuera de todo cálculo, el grupo regresó para beneplácito de los que se quedaron y de los que alcanzaron a escuchar el aullido del público felicitando el regreso de Dios Salve a la Reina. Su rendición de I Want It All, perfecta como todo el repertorio de la noche, dejó no un mar pero sí un río de fanáticos más que satisfechos, que experimentaron algo que hoy en día ni siquiera los Queen sobrevivientes con el vocalista Adam Lambert podrían ofrecer.