Con estacas, los concheros buscan las pata de mula en el fondo del estero. Fotos: Enrique Pesantes / EL COMERCIO
La inspiración de Demetrio Aguilera Malta para escribir ‘Don Goyo’ permanece intacta de este lado del Golfo de Guayaquil. “Temprano habían clavado las estacas de mangle, sobre el lodo cambiante del estero. Con los cuerpos desnudos, medio peces, medio hombres, chorreantes, magníficos, eran iguales que nuevos mangles gateados y nudosos”.
Ese fragmento de su novela (1933) cobra vida en Puerto El Morro, una parroquia rural ubicada a 102 kilómetros de Guayaquil, que conserva la estampa costumbrista de los pueblos de cholos de la Costa.
La lancha Don Efrén surca el estuario y esas líneas se tornan reales: cangrejeros enlodados que brotan del manglar; concheros sumergidos en el agua; sujetos a cañas para buscar con sus pies las enormes pata de mula, clavadas en el fondo; robalos y roncadores atrapados en las redes de pescadores. “El manglar es nuestra vida. Aquí tenemos de todo”, cuenta el capitán del bote, Eloy Vera.
El hombre de 60 años y piel cobriza es también el guía de los turistas a bordo de su embarcación. Mientras avanza por el estero advierte que una garza gris aterrizó sobre la orilla derecha, que en el horizonte hay un grupo de garzas rosadas, y que en el aire revolotean las fragatas.
El refugio de vida silvestre Manglares de El Morro está anclado en el norte del Golfo de Guayaquil y las aguas saladas del océano Pacífico lo bañan. Desde septiembre del 2007, este ecosistema es parte del Sistema Nacional de Áreas Protegidas del Ecuador.
En sus 10 130,16 hectáreas se levantan las raíces zancudas de cuatro especies de mangle (blanco, negro, rojo y jelí) y habitan unas 80 especies de aves marinas, desde pelícanos hasta piqueros de patas azules.
La reforestación recupera el área afectada por las camaroneras y mejora el hábitat de especies como los bufeos. Foto: Enrique Pesantes/ EL COMERCIO
Pero los juguetones bufeos -o delfines comunes- son los preferidos de los visitantes. “Hay que tener paciencia. Verá cómo aparecen”, dice con esperanza don Eloy. Después de una hora de viaje, y casi frente a la parroquia Posorja, una madre con su cría se escabullían entre los barcos atuneros.
El ecoturismo es uno de los motores económicos de los 4 011 habitantes de El Morro. Don Efrén, Niño Maravilla y Don Banchón son parte de las 15 embarcaciones que hacen recorridos (por USD 5 y 8) por el estuario y hasta la isla Manglecito, el hogar de unas 6 000 fragatas, una de las colonias más grandes en el Ecuador.
Por estas tierras también domina la concha pata de mula (casi del porte de la mano) y la lisa (un pez que destella como moneda al brincar sobre el estero). Lady Morales sabe prepararla de la forma tradicional. “Se la sazona entera y va a la parrilla”, cuenta, mientras dora una sobre un fogón humeante.
Redes colgadas en los portales y un embarcadero que vibra con el estruendo de las canoas al mediodía. Es la cotidianidad en este pueblo de pescadores. El crujido de un atado de cangrejos acompañaba a Carlos Mite. La semana pasada, antes de la veda, ofrecía los ‘pata gorda’ en el malecón de la localidad. Y Walter Jordán había terminado su jornada de cinco horas en el lodoso manglar, después de recolectar un balde de conchas blancas.
Aunque El Morro es cada vez más turístico, no pierde su esencia. Relatos históricos narran que fue fundado a mediados del siglo XVII por pobladores de Chanduy (en Santa Elena), que huían de la sequía.
Años después, partieron de aquí para crear la comunidad Cerrito de los Morreños, en una isla del golfo, el escenario que cautivó a Aguilera Malta. Don Goyo, el protagonista de la novela, defensor del manglar y de las tradiciones costeñas, existió en realidad y era pariente de la esposa de Carlos Alberto Lindao, el último carbonero de Puerto El Morro.
“Goyito era abuelo de mi señora”, cuenta el hombre de 80 años, y recuerda que desde niño vivió entre los botes pesqueros y los hornos para hacer carbón, oficio que heredó de su padre. “Antes no se podía vivir sin la leña. Talábamos algunos mangles para hacer carbón, pero hoy los cuidamos”.
Una superficie negruzca cubre el terreno frente a su covacha. El carbón que ahora elabora está hecho con las partes de los barcos que son reparados en el astillero de la comuna.