Escena de ‘Wag the Dog’, filme en que un cineasta crea una cortina de humo para ayudar al presidente. Fotograma de la película ‘Wag the dog’
Ser el guardabarreras de la información es una de las actividades clichés del periodista y, por ser cliché, es completamente cierta. Esta función primordial del periodismo es ahora más necesaria en tiempos de posverdad, en los que la subjetividad y las historias personales trascienden en espacios digitales sin que se valore la fuente, se verifiquen ni se contrasten los datos.
Los bulos o noticias falsas son tales cuando las sacamos de contexto, también, y siempre han existido. Con el nacimiento de Internet, las cadenas de correos electrónicos llegaban con advertencias sobre cómo asaltan y matan en las carreteras de EE.UU., como si lo mismo ocurriera en la vía a Píntag, pero todas las madres enviaban esos correos a sus hijos, amigas y a todos sus contactos, junto con las cadenas de oración.
Las noticias falsas pertenecen a la cultura del ‘remix’, y de tanto que han circulado son asumibles en todas las geografías y contextos, como si fueran propias y únicas gracias a la opinión popular.
Un caso claro es la imagen de milicianos que ejecutan a dos adolescentes en un campo urbano completamente devastado. Muchos han querido atribuir esa imagen al Che Guevara. Pero al analizar la fotografía y ver los rasgos de las jóvenes, así como la indumentaria de los ajusticiadores, se puede concluir que no son caribeños ni andinos de los años 60, sino balcánicos de los 90.
Pero la gente redistribuye la imagen y aumenta información con mucha carga de opinión. Esto alimenta la posverdad, pues todo lo que se diga puede ser real en una dimensión: la propia del enunciante, pero no necesariamente es la de la sociedad, ni de la historia.
Hay una industria de las ‘fake news’ y de ellas se han servido todas las instituciones de poder y sus antagonistas, para mantener una pelea constante y desviar la atención de la verdadera información trascendental.
Las noticias falsas que se han difundido en nuestro país tienen que ver directamente con la elaboración de mensajes contra actores políticos, que sirven para afectar su imagen con la construcción de una narrativa verosímil, pero no cierta ni real, y para captar mayor número de cuentas y datos de los usuarios, con la finalidad de vender esas bases informáticas.
Desde los estudios formales y académicos de periodismo se vienen desarrollando investigaciones, análisis y propuestas contra las ‘fake news’. Uno de ellos es el ‘fact cheking’, que no es otra cosa que tener mayor rigor periodístico en el momento de considerar una información como tal para descartarla, aprobarla o dar consideraciones de ciertos niveles de veracidad. Esta práctica periodística se la aplica, principalmente, a las intervenciones de personajes y autoridades públicas para comprobar si todo lo que expuso fue cierto mediante la contrastación y verificación en fuentes oficiales, bases de datos públicas y datos abiertos (muy escasos en todos los niveles de gobierno en nuestro país).
Sin embargo, este es uno de los mejores momentos para el periodismo: ante la industria de las ‘fake news’ se requiere mayor precisión y mejor especialización. Las universidades se asocian con laboratorios de medios o crean los propios para contrarrestar al mercado de la industria de noticias falsas.
La academia se dedica a analizar el efecto de las ‘fake news’ en los usuarios de medios sociales como Facebook y Twitter, así como en Google, pues los creadores de los sitios falsos logran posicionar las mentiras gracias al correcto manejo de la metainformación entre grupos y usuarios con perfiles muy susceptibles de ser bocinas gratuitas y sin filtro.
En esos laboratorios se trabaja en crear ‘antídotos’ contra esta práctica, para detectarlos y sacarlos de los buscadores y denunciarlos como embustes.
Las comunidades informáticas asociadas con las universidades, grupos de investigación y empresas y corporaciones mediáticas están tomando en serio este tipo de actividades y, poco a poco, incorporan la temática en sus agendas.
Un ejemplo claro de esto es el encuentro anual de Hacks Hackers Buenos Aires, que une a los desarrolladores informáticos y a los periodistas, con el auspicio de Mozilla News y de varias universidades estadounidenses, para encontrar vacunas contra las malas prácticas periodísticas en espacios digitales.
Hay que dejar en claro que las academias estadounidense y europea tienen relaciones permanentes con la industria mediática, por lo que el desarrollo de innovación en el periodismo no es tan lento como en nuestros países, en donde los empresarios mediáticos no miran a la academia y desde la universidad solo hay críticas para los medios, en una relación distante y tensa.
Cada vez son mayores los estudios en revistas académicas sobre los efectos de las ‘fake news’ en determinados grupos de audiencias y usuarios; estas informaciones y sitios no son de masiva penetración sino que analizan y estudian con minuciosidad los segmentos adonde van a influir subjetivamente con las estructuras verosímiles de información.
Las investigaciones existentes tienen que ver con la manipulación política por parte de gobiernos y en tiempos de elecciones: Trump, Maduro, independencia catalana, Macron, Macri, Correa, Lasso, Moreno… son los más recurrentes.
Las ‘fake news’ siempre rondan en torno a figuras públicas, a quienes se les inventa un pasado o se les vincula con hechos ‘inéditos’ que gracias a una ‘filtración’ se dieron a conocer.
Pero para que existan las ‘fake news’ deben existir usuarios mal informados, desinformados, con limitaciones en el uso de los medios y con una tendencia a creer todo lo que tenga apariencia periodística; por ello, otra de las vertientes académicas que batalla contra estas mentiras es la educación mediática complementada con la alfabetización digital, que van más allá de la criticidad frente a las fuentes y a los medios, instituciones sociales que reproducen ideologías.
Los medios masivos y los tecnológicos son mediadores de cultura, política y comunicación. Esta mediación se da en dos momentos: en el significado y en el significante, en su estructura y en su simbolismo. Por ello, ningún medio es aséptico, como nos quieren hacer creer las otras instituciones sociales que manipulan y desinforman cuando cooptan a los medios de información.
Al no existir criterio ni formación en torno al uso mediático y su función social, las audiencias son propensas a creer que todo lo que está en las pantallas es cierto y real. Por eso, la educación mediática considera que un lector/usuario activo debe encontrar la fuente que proveyó la información, cuáles son sus intereses y trayectoria. Eso implica leer entre líneas y hacer un ejercicio de análisis y síntesis propias, no desde la imposición del texto.
Se hace necesario evaluar al autor y sus sesgos, pues ahora muchos políticos circulan ‘noticias’ revestidas de opinión, y hay muchos actores políticos que saltan de las páginas y pantallas a las funciones públicas y dicen ser ‘objetivos’.
Además, se debiera verificar si el hecho pudo haber pasado en la fecha que dice la información, o si esa fotografía pertenece a otra realidad (como la supuesta foto del Che).
Ser el guardabarreras de la información ahora tiene el nombre de curador de contenidos, y eso lo ha hecho siempre un buen periodista: dejar pasar información sesgada y perniciosa como si fuera verídica y verificada es hacer ‘fake news’, que no es otra cosa que mentir sobre la realidad con el fin de perjudicar a una persona en beneficio de otra. Eso hizo el filme ‘Wag the Dog’, un homenaje a la manipulación política, que es ficción pura basada y ‘remixada’ en hechos reales.
*Dr. Comunicación e Información Contemporánea, docente de la U. Andina Simón Bolívar