En la iglesia de San Francisco hay un área para pagar por las misas. Foto: Andrés Jaramillo/ EL COMERCIO.
El bautismo es la puerta de entrada al cristianismo. Y, en algunos casos, este sacramento tiene un valor económico que puede variar según la parroquia. Si se trata de una ubicada en el sur de Quito, como la del populoso sector Solanda, el aporte es USD 15; si la iglesia es San Francisco, levantada en el Centro Histórico de la capital, ícono del turismo nacional, este llega a USD 100.
El valor incluye la contratación de un músico, pero los arreglos florales del templo de Cantuña corren por cuenta de los papás y padrinos del niño.
La recaudación por este y otros servicios religiosos sirve para cubrir los gastos básicos de las iglesias como las tarifas de luz y de agua. También para reconocer el salario del personal administrativo o de seguridad, en algunos casos, y la subsistencia de los sacerdotes, según la Conferencia Episcopal Ecuatoriana.
A escala nacional hay 1 345 sacerdotes diocesanos y 473 sacerdotes religiosos en 1 193 parroquias. No tienen un salario fijo, pero llevan una contabilidad mensual para el Servicio de Rentas Internas y aportan al Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social, con base en un cálculo que toma en cuenta sus años de servicio.
No existe una norma legal que faculte a la Iglesia a definir montos por un sacramento como el bautismo o el matrimonio. Menos para bendecir un vehículo, convertir el agua corriente en bendita o dedicar una misa a un ser que falleció. La Conferencia lo reconoce.
Incluso el papa Francisco, antes de dejar el Ecuador el 8 de julio pasado, abogó por la gratuidad de los servicios religiosos. En El Quinche pidió a los cerca de 7 000 sacerdotes y hermanas consagradas del país que no olviden que ellos “no pagaron entrada” para estar en la vida religiosa. Fue parte del discurso que improvisó.
“Por favor, por favor, no cobren la gracia, por favor”, imploró el Papa. “Que nuestra pastoral sea gratuita. Es tan feo cuando uno va perdiendo el sentido de gratuidad y se transforma”.
Ahora, 11 días después de esas palabras del Pontífice, las tasas siguen invariables.
Casarse en San Francisco representa una inversión de USD 200. En la iglesia de la Merced USD 150. Y en La Compañía el aporte es mayor, pues supera el salario básico unificado de un trabajador (USD 354). En esta iglesia, unirse en matrimonio en nombre de Dios implica el pago de USD 500.
Además se deben entregar otros USD 100 como garantía que no se devuelve si a alguien se le olvida limpiar el templo y lo deja lleno de arroz o pétalos. También si los novios no son puntuales. En promedio, en cada iglesia, se hacen dos matrimonios cada sábado.
El costo en La Compañía no cubre los arreglos florales ni el valor que se debe entregar al sacerdote. Los feligreses, sin embargo, no regatean, pues hay una larga lista de espera de personas que quieren casarse en ese templo sin importar el precio. Las reservaciones se deben hacer con seis meses de anticipación. En La Merced, en cambio, con al menos un mes y medio de antelación.
Para el presidente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, Fausto Trávez, hay que entender en contexto lo que señaló Francisco en su mensaje a los religiosos en El Quinche.
Habló de la gratuidad, sí, pero como una virtud, aclara el obispo.“(El Papa) no dijo que no cobren, porque de algo han de vivir los sacerdotes, generalmente proceden de familias no acomodadas; de dónde van a sacar la plata para construir o arreglar las iglesias”.
El párroco de El Sagrario, Ramiro Rodríguez, por ejemplo, requiere de unos USD 50 000 para las obras urgentes de rehabilitación del templo colonial. Las aulas donde se hace la pastoral deben ser intervenidas. Solo para cambiar el piso de madera del templo, que cruje con el menor peso y distrae a quienes rezan, hacen falta entre USD 7 000 y USD 10 000.
Los ingresos para esa, la primera casa parroquial de Quito, provienen de donaciones; de ofrendas económicas por los sacramentos como matrimonios, misas; de actos solidarios que organiza Rodríguez con la comunidad (bingos). Pero también de las limosnas que dejan los feligreses en las misas. Así logra los recursos para la alimentación y vestimenta no solo de él, sino también de los indigentes del Centro Histórico, a quienes se ayuda en El Sagrario.
Trávez recuerda que en una época se intentó definir una tabla de precios para unificar los cobros, pero esta idea
no pudo prosperar. Cada parroquia puede establecer los aportes, aunque para el presidente de la Conferencia, lo óptimo sería que sean todos voluntarios.
En las parroquias que él ha estado esa ha sido la política. Aunque con un riesgo: que los ingresos no alcancen para pagar las cuentas, porque hay personas pudientes que aportan con menos de lo que cuesta el pasaje de un bus.
Las limosnas no son como se cree, dice Trávez, al tiempo que trae a colación una anécdota. En una iglesia grande recuerdo que decían: “Tanta limosna que se llevan”. Entonces yo dije nombremos un consejo económico que administre los ingresos y transparentamos las cuentas. Un mes después se dieron cuenta que no había ni para pagar el agua.
Para la Iglesia, lo grave sería que un sacerdote use su condición para lucrar y enriquecerse. Eso no solo está penado en las leyes ordinarias, sino también en el Código de Derecho Canónico.
Ahí se reconoce como un pecado a la simonía. Es la acción o el intento de negociar con cosas sagradas, como el bautismo o el matrimonio.
Aplica también si se llega a comprobar que uno o varios sacerdotes concertaron para ser asignados a una parroquia que pueda ser ‘más lucrativa’ que otra.
Eso también ha sido condenado por Francisco. En 2014 incluso instó a los párrocos a no convertir la casa de Dios, en una casa “de negocios”. Pidió que se retiren las listas de precios pegadas en los ingresos a las iglesias.
Eso se cumplió en Ecuador a medias, porque ahora los precios están en hojas volantes que se entregan en algunas iglesias a las personas que se acercan para honrar los sacramentos de su fe.