Nathalie Elghoul: 'No me puedo enraizar'

Nathalie Elghoul, una de las Mujeres 4.0. Foto: Enrique Pesantes/ EL COMERCIO

Nathalie Elghoul, una de las Mujeres 4.0. Foto: Enrique Pesantes/ EL COMERCIO

Introducción

A Nathalie Elghoul ningún retrato le hace justicia. Es, además de simpática e interesante, una de las mujeres más bellas que he conocido. De origen libanés, se emociona hasta las lágrimas al recordar la primera vez que llegó a Beirut; tenía 17 años y la ciudad estaba casi en ruinas. Su tenacidad la llevó a ser bailarina y coreógrafa, pese a que su papá tenía otros planes para ella: un esposo libanés y una vida doméstica. Pero nada de eso pasó; Nathalie estudió danza en Francia, vivió allí y en Bélgica, y hoy dirige La Fábrica, un espacio alternativo para las artes escénicas en Guayaquil. Está embarazada por tercera vez y no piensa dejar de bailar.

Testimonio

No soy de aquí ni soy de allá. Nací en Guayaquil y viví aquí hasta los 17 años, pero crecí en una familia muy libanesa (cristiana), comiendo libanés... Y tengo muy presente, muy profundamente, mi origen. Además yo he sido migrante, viví 15 años en Europa. Y antes estuve viviendo un año en Líbano.

Mis dos hermanos mayores, que nacieron en Líbano, sí hablan árabe, porque lo hablaban con mis papás. A nosotros (ella y su hermano menor, Samir) que nacimos 10 años después, en el Ecuador, no nos hablaron en árabe sino en español. No hablo árabe, pero hablo cinco idiomas.

Hasta los 17, yo no había ido nunca a Líbano, porque nací con la guerra (la Guerra Civil Libanesa que duró entre 1975 y 1991). Y fui al Líbano casi que por accidente con mi papá, ya cuando la guerra había terminado. Líbano para mí es… (guarda silencio y trata de no llorar) Líbano es increíble, porque esa experiencia que tuve allá ha trastocado un poco mi vida. Cuando llegamos nos encontramos con un aeropuerto bombardeado. Lo que había era destrucción; esa fue mi primera impresión. Y recuerdo a mi papá, al que jamás había visto llorar, llegando al aeropuerto y echarse a llorar (me lo cuenta con lágrimas).

Fue una experiencia increíble que hasta ahora me conmueve. Teníamos que pasar por los controles militares de los libaneses y el control militar de los sirios, que estaban controlando el país; decían que ayudando al país, pero eso fue un desastre. Ahí empezó mi vida. Yo vi Beirut destrozada, vi la agresividad de la gente en las calles. Estoy hablando de que te toca manejar en calles donde no hay semáforos, donde la gente, peor que aquí en Guayaquil, para y si algo le molesta saca una pistola… Todos estaban en un estado de alteración grande.

Allá pude reconocerme en ciertas cosas, y en ciertas otras veía que no me podía integrar. Pero es lo mismo que me pasa aquí. O sea, ya es mi condición, por ser hija de migrantes y por haber yo migrado.

Como yo tenía la idea de irme a Francia a estudiar para ser bailarina, según mi papá, íbamos primero al Líbano y luego me iba a Europa. Pero ya estando allí fue un poco difícil salir del Líbano. Mi papá se dio cuenta de que yo iba en serio con la danza y dijo: “Uy, mi hija va a hacerse bailarina en Europa, con esas mujeres sueltas”. Entonces hubo todo un complot durante un año para casarme con alguien de allá (sin embargo, logró convencerlo de que la enviara tres meses a Francia y ya no volvió, más que de vacaciones cada año).

En el 2007 volví a Guayaquil y en el 2010 abrí La Fábrica y estoy supercontenta. Pero no sé dónde estaré en cinco años; tengo un pie aquí y uno afuera. Esa es mi condición desde siempre. No me puedo enraizar.

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