En el mercado de Otavalo se refleja la multiculturalidad
Rosa Tocagón ofrece fajas, llamadas también chumbi, en el segundo piso. Anteriormente laboraba en una avenida. Foto: José Luis Rosales/EL COMERCIO
El flamante mercado de Otavalo es como el reflejo de la ciudad en miniatura. En una estructura, de 59 722 m2, indígenas y mestizos tranzan negocios de víveres, alimentos, trajes típicos, artesanías y otros.
Es un ambiente colorido que permitió ordenar la ciudad, pero a la vez se ha convertido en un atractivo para los visitantes, comenta Daniel de la Cruz, coordinador de Mercados del municipio local.
El Mercado Municipal 24 de Mayo, que inició la atención el 12 de enero pasado, alberga a 855 comerciantes. En la infraestructura sobresale un patio central y en su alrededor locales distribuidos en dos plantas.
En la primera hay puestos de venta de hortalizas, verduras, cárnicos y víveres. Otra área de este nivel acoge a locales de ropa, bazar, bisutería y calzado.
En el segundo piso hay más quioscos de venta de verduras, frutas y papas. También, un patio de comidas.
Al otro lado se ubica la mayoría de los 50 locales que ofrecen atuendos que visten los kichwas y de artesanías, que cautivan el interés de los viajeros.
Uno de esos sitios, que se asemeja a una joyería, es atendido por Rosa Calderón. Ha dedicado la mayor parte de sus 55 años a confeccionar las hualcas. Estos collares típicos son elementos infaltables en el vestuario de la mujer kichwa.
Ella pertenece a la tercera generación de su familia dedicada a este oficio. Comenta que heredó la habilidad de sus abuelos, Ángel Estévez y Rosa Vallejos, para unir los mullos de vidrios bañados en oro.
Calderón creció en medio de una tradición en la que las mujeres indígenas mostraban su poder económico y prestigio en el grueso de estos colgantes.
Sin embargo, hoy las jóvenes prefieren los collares más delgados, a diferencia de las mujeres mayores.
Una sarta de 12 filas de mullos gruesos cuesta USD 140. Sus clientes llegan de diferentes cantones de Imbabura, Tungurahua y Chimborazo.
Antes de la apertura del Mercado 24 de Mayo, Calderón tenía un puesto de venta en la acera de la calle García Moreno.
Es una historia parecida a la de Rosa Tocagón. Esta mujer kichwa, que se dedica a la comercialización de chumbis (fajas, en español), laboraba en la avenida 31 de Octubre.
Explica que las fajas, que ciñen en la cintura las indígenas, se elaboran en telares y se bordan con hilos coloridos en un taller familiar, ubicado en el cantón de Antonio Ante.
Los cinturones más gruesos, a los que se conocen como mama chumbi, cuestan USD 9. Mientras que los más delgados se ofrecen entre 12 y 14.
El nuevo centro de comercio es un paso obligado para los turistas. Luis Álvarez, que llegó de Colombia, quedó sorprendido por el inmueble.
Quizás una de las áreas preferidas es la de comida. De la Cruz explica que ahí se puede degustar caldo de gallina, hornado y el tradicional chaulafán otavaleño. Este último platillo lleva arroz, tallarín y menudo. También se puede adquirir la roscatanda (pan de rosca), un bocadillo indígena.
La iniciativa de una decena de mujeres permite llevar este pan a la mesa. Josefina Burga llega todos los días con dos canastos de panes, desde la comuna de Quinchunquí.
Es una tarea que hace desde 16 años. Burga también aprendió de sus padres los secretos para hornear el pan.
Los guías turísticos llegan con visitantes que no paran de tomar fotografías.