La felicidad invade a María Belén Moncayo cuando escucha la risa de su hijos de 17 y 4 años. Ella realiza consultorías en el Consejo Nacional de Cine y da clases de maternidad. María Belén es una de las más reconocidas activistas a favor del aborto en la ciudad.
María Belén no ha practicado el aborto. Sin embargo, confiesa que en algún momento de su vida creyó estar embarazada y pensó en la posibilidad de practicarse uno. Estudió en un colegio en el cual el aborto era considerado como “un pecado terrible” y con eso ella nunca estuvo de acuerdo.
Hace siete años empezó a militar en un partido feminista, luego pasó a la organización La Marcha de las Putas y ha participado apoyando a diferentes causas sociales. Ha hecho activismo en pro de los derechos de mujeres, humanos y ambientales.
Vive de sus actividades particulares y no de activismo. Sus hijos conocen lo que ella piensa y por lo general no participan de sus actividades. Ella considera que cría a una mujer para que no se sumisa y a un varón para que no sea machista
Apoyar el aborto no ha sido fácil. En varias ocasiones ha sido agredida, ha recibido insultos y le ha tocado enfrentarse a los perros y motos de la Policía, según cuenta.
“No les podría ver a la cara a mis hijos y decirles que el mundo es como es porque yo no he luchado”, asegura. Su objetivo es que sus hijos sean felices y para esto es importante reconocer al cuerpo como contenedor de la identidad, dice
A Veronica Vera, de la organización Salud Mujeres, no le pareció justo el trato que le dieron a su compañera de colegio la misma que estaba embarazada. Ella cursaba el sexto curso y para Verónica no hacía sentido que las autoridades del plantel educativo las obliguen a participar en las marchas anti aborto y que a su compañera, que quería continuar con su embarazo, le prohibieran el ir a clases en horario normal, no usar uniforme y participar de la ceremonia de graduación.
“Por un lado el aborto estaba mal y por otro el embarazo adolescente también era condenado”, dice Verónica. A los 14 años comenzó a trabajar en el activismo en el Consejo de la Niñez y la Adolescencia del Municipio, curiosamente llegó allá por ser una de las mejores estudiantes de su colegio y las autoridades del plantel la enviaron en representación. Ese fue el primer paso para involucrarse más en el movimiento feminista. Desde hace seis años trabaja en el tema del aborto.
Verónica cuenta que tuvo ganas de no desamparar a su compañera, ellas denunciaron al colegio y así perdió el cariño y el respeto de sus profesores. Luego se quedó a trabajar dos años en el Consejo.
Ella es comunicadora, trabaja en una productora y afirma que de la militancia no se vive, ella es parte de un colectivo de 11 personas. Todo el tiempo se hace activismo, plateando los problemas y la realidad, asegura Verónica. Su familia primero con lo que tuvo que enfrentarse por sus convicciones. “El trabajo que ha realizado sobre la despenalización del aborto genera estigmas, pero cuando se logra que la familia entienda se puede trabajar con otras personas”, dice.
“El segundo desafío es con los amigos, se deja amistades porque ya no se puede tolerar a un amigo que violenta a su pareja, que es homofóbico o genere violencia, una se separa y deja atrás a gente que has querido”, dice Verónica. Se hablaba antes del aborto a escondidas o con miedo, ahora se habla de frente y siempre va ver el riesgo de que la gente te mire mal, es importante la despenalización social, agrega.
Ana Almeida es arquitecta y siempre ha sentido una fuerte atracción por trabajar por los derechos de las personas. Para ella no hay un hecho en particular que le haya hecho tomar ese camino, ella es otra de las principales defensoras del aborto en la capital. Se define como una persona de carácter fuerte y con ventajas para entender el clasismo el sexismo y las fobias entre otras cosas. Ella es otra de las importantes activistas por el derecho al aborto.
Ella sostiene que la mueve el hecho que desde pequeña vio que había desigualdades y cuando creció vio lo mismo. Reconoce haber tenido maestras en su lucha, grupos de personas y amigas que le transmiten sus conocimientos.
Ana es la coordinadora de la Marcha de las Putas y para ella es un logro ver cambios en la vida de mujeres y hombres que entienden que pueden exigir derechos. Ana tiene una actividad privada una pública como activista. El activismo no es remunerado sus actividades privadas le permiten tener ingresos para vivir.
Hace 10 años tuvo su primer encuentro cercano con el feminismo. Los piropos, las miradas en calle son para Ana una constatación de la violencia que persiste contra la mujer y una motivación para luchar por derechos.
Ha constatado de cerca la violencia en mujeres y en personas de diversidad sexual la violencia y de ahí ha reflexionado sobre la importancia de trabajar con estos movimientos. “Es importante trabajar en ellos los temas de los derechos y armar un vínculo en común ya que están alejados de ciudadanías plenas”, dice ella.
Ana se define como activista transfeminista ya que se preocupa por una serie de derechos de las mujeres, dentro de estos esta el derecho a decidir sobre la capacidad que tienen las mujeres.
Las miradas conservadoras sobre los derechos de las mujeres así como la incapacidad de algunas autoridades para entender sobre derechos es un punto que la entristece y sus anhelos se centran en que exista una verdadera democracia.