Henry Kissinger recibió en 1973 el Premio Nobel de la Paz y obtuvo la Medalla de la Libertad.
He leído la versión original del libro de Henry Kissinger, Orden Mundial. Se puede suscribir sus planteamientos o, si es del caso, discrepar de su enfoque; pero lo que no está en duda es el profundo conocimiento que revela el autor sobre las relaciones internacionales y su historia.
Kissinger fue Secretario de Estado en las épocas de los Presidentes Nixon y Ford. En 1973 recibió el Premio Nobel de la Paz y obtuvo la Medalla de la Libertad, entre otras recompensas. Muchas veces, sobre todo en la época en la que desempeñó la Secretaría de Estado, algunas de sus acciones fueron cuestionadas.
Claro, no siempre hubo razones para “justificar” ciertas políticas y acciones de los EE.UU.: América Central, Cuba, Vietnam, Irak, luego, entre otras, así como el ejercicio de presiones económicas sobre distintos países, las que siempre han sido duramente rechazadas. Kissinger, en mi opinión, es moderado cuando analiza tales episodios. Pero no es objeto de esta nota el análisis político global, sino destacar algunos criterios que expone en su libro. Diré primero que la redacción del trabajo es clara y fluida. Esto, a mi juicio, confirma el conocimiento de los temas abordados, precisamente el “orden mundial”, su complicada estructuración y sus características en distintos tiempos, desde épocas remotas, mucho antes de la Revolución Francesa, hasta los conflictos posteriores. Describe analíticamente lo que a su juicio configura el “orden” bajo el Islam y el porqué del Medio Oriente; la formación y visión de Asia en el mundo, su desarrollo y las opciones de India, Japón y Rusia.
Estudia las razones que explican el poder de los EE.UU. Reivindica a Truman, por aquello de que “preferiría ser recordado no por las victorias en la guerra sino por las reconciliaciones” que siempre habría buscado. Precisa, en su lógica, el paradójico papel de América: su expansión a pesar de la intención de oponerse, dice, a cualquier esquema de corte imperial; su influencia en el orden mundial en contra de una prédica por el progreso de lo exclusivamente nacional; el super poder de la nación cuando no hubo, por principio democrático, intención alguna para conducir políticas nacionales con dicho fin.
Una visión que reivindica lo que debía ser y no lo que fue en la realidad. Explicable quizás por las altas responsabilidades que Kissinger tuvo en la política exterior de Estados Unidos y su influencia directa en el tiempo. Posiblemente trata de dejar, a sus 91 años, un legado “ideal” a seguir.
Señala el autor que frente a las prioridades del nuevo orden, riqueza y poder, la libertad de pensamiento y de expresión son la esencia y el carácter de la nación. Un asunto controversial, ciertamente. Pone de todos modos en evidencia la apertura que en el pasado mostró la nación hacia millones de seres humanos de otras latitudes.
Sobre el Islam, reitera que todas sus fracciones buscan “revoluciones” basadas en una interpretación fundamentalista de la religión, apoyada por fuerzas violentas. Las expectativas que despertó la primavera árabe se diluyeron pronto, dice, y nuevamente un orden social “religioso” ha sido el leit motiv de los tiempos. El actual cataclismo sirio y, también, el palestino, no dejarían ver posibilidades de cambio a corto plazo. Kissinger insiste en que el orden debe ser cultivado y jamás impuesto: cualquier sistema, cualquier orden, deben ser sostenibles.
Orden y libertad serían polos opuestos en ocasiones, cuando en la realidad son interdependientes. Ningún líder, a pretexto del día a día, puede ir en contra de su mejor balance. Analiza las concepciones europeas de orden y las que Asia, India, Japón y Rusia consolidaron en su momento y su proyección al “orden” presente.
Reconoce, en el caso europeo, el aporte de Konrad Adenauer, Robert Schuman y Alcide de Gasperi, quienes coincidieron en que la unión y la solidaridad permiten el avance de los pueblos. ¡Un tema para aprendizaje urgente!
Estima que el objetivo primario de la nación no ha sido “(la búsqueda de) un balance de poder sino (de) un nuevo mundo para la ley”. Destaca el Plan Marshall y evalúa la Guerra Fría y el mundo y sus políticas y su orden, y también analiza las guerras de Corea, Vietnam y posteriores; la emergencia China, la era nuclear, la nueva realidad después del Muro de Berlín, los desarrollos de la información y las redes. Cita, sobre esto último, a T.S. Elliot: “Dónde está la vida que hemos perdido viviendo/ Dónde la sabiduría que hemos perdido conociendo/Dónde el conocimiento que hemos perdido informándonos”. Provoca. Ciertamente.
En fin, hay otro tema interesante, sobre el que cabe reflexionar con amplitud de criterio, dejando de lado visiones dogmáticas. Kissinger dice que mientras la economía se globaliza, la política sigue aprisionada por las fronteras nacionales y que tal sería la causa de las crisis experimentadas en América Latina (años 80); Asia (1997); Rusia (1998); EE.UU (2001 y 2007); Europa (desde 2010).
Esta percepción es, estimo, muy cierta: las dos esferas se mueven en ciertos países en direcciones contrarias, sobre todo por la acción de grupos que viven todavía en un pasado que dicen haber olvidado, pero que disfrutan por intereses económicos coincidentes con los de los grupos de poder de siempre. Mientras esto continúe, el progreso seguirá postergado.
Concluye en que hay necesidad de una estrategia para lograr un equilibrio dentro de las regiones, con reglas que aseguren la interdependencia de todas las visiones y órdenes propios. Reivindica naturalmente el papel de los EE.UU en la definición del “orden mundial” y de los verdaderos hombres de Estado en ese empeño. Señala que nadie puede dar el mismo paso dos veces en la misma agua de un río.
¿El libro, una interpretación teórica correcta? Discutible, sí. Mucho, sobre todo si la contrastamos con la historia a la que se refiere insistentemente. Pero es justamente lo que señala el autor: la historia es el río, con aguas que cambian permanentemente. Y hay que saber cómo pasarlas. Por un mejor futuro.
Sin improvisar, como suele estilarse. Y, peor, si erramos reiterada y conscientemente. Como diría Naipaul, “hay que intentar no escribir el mismo libro siempre”.
Henry Kissinger
Nació en 1923 en Alemania, de origen judío alemán. Fue asesor de Seguridad y luego Secretario de Estado con Richard Nixon y Gerald Ford. En 1973 recibió el Nobel de la Paz, entre otros reconocimientos. Autor de varios libros sobre política internacional como China (2012) y World Order (2014). La edición en español de este último apareció este año.
*Doctor en Economía, Universidad de París 1, Francia.