Los bailarines Juan Diego Jibaja y Patricia Jofré bailan Kizomba durante las clases que dictan en la academia, en Cumbayá. Foto: Paúl Rivas/ EL COMERCIO.
La sensualidad marca el paso de la Kizomba. Tiempos lentos señalan los movimientos en los que una pareja se mueve como si fuera un solo ser. Este género musical es originario de Angola y comenzó a componerse entre finales de los 70 y principios de los 80. En la región del sur de África se baila en las discotecas junto a otros ritmos como el afrohouse y el kuduro.
Se trata de una fusión de estilos musicales como merengue angolano, zemba, zouk, entre otros. Es un ritmo que se baila en un abrazo íntimo en el que la mujer apoya ligeramente su cabeza en el hombro de su pareja al tiempo que rodea su cuello con el brazo. El hombre rodea la cintura de su pareja y guía los movimientos que se transforman en figuras estilizadas.
La kizomba se dio a conocer en Portugal por los colonos que vivían en el país africano. A partir de ahí se diseminó por Europa, donde su práctica está en auge, y luego llegó a Asia y América.
Al Ecuador llegó a través de Patricia Jofré, bailarina profesional con más de 10 años de experiencia, que se inició en este ritmo en cursos que realizó en Portugal y Canadá. Ella dicta clases en la academia Soul Dance Academy, en Cumbayá.
Este estilo no forma parte de ninguna categoría de baile deportivo. A nivel de competencia se ejecutan 10 ritmos, de los cuales cinco son latinos. La kizomba se baila a nivel social pero en el Ecuador apenas se está difundiendo. Uno de los primeros países donde se popularizó fue Argentina, por esta razón algunos bailarines consideran que tiene rasgos del tango de la región de La Plata.
Llama la atención de los aficionados ecuatorianos por las similitudes con ritmos latinos como la salsa o la bachata. De hecho, varios estudiantes de la academia se introdujeron en la práctica de este ritmo por sus características.
Para Jofré, el éxito de este baile está en la improvisación. “La mujer no sabe cuáles son los pasos que va a ejecutar el hombre y lo más lindo es lograr conectarte con tu compañero en ese nivel”, asegura. Por esta razón se recomienda practicarla siempre con una pareja.
Como bailarina profesional reconoce que tiene una serie de beneficios para la salud: “desde el punto de vista anímico, una de las mejores maneras de desfogarse”. Pero ciertos ritmos tropicales y de competencia también suponen actividad física, especialmente del corazón.
Si bien este género tiene tiempos lentos, su fusión con otros puede variar la velocidad a la que se baila. Con la zemba, por ejemplo, los beats son más rápidos y es ahí cuando el ejercicio cardiovascular se refuerza. En cambio con la tarashinya, también angolano, el ritmo se hace más lento y da lugar a movimientos más prolongados con desplazamientos de cadera hacia atrás y en forma de círculos.
Juan Diego Jibaja, director de Soul Dance Academy, es la pareja de Jofré en este ritmo. “Queremos que Cumbayá sea el lugar donde la kizomba tome fuerza para el Ecuador”, indica. Por esto se han implementado clases de este ritmo en la academia, que tradicionalmente ofrecía cursos de salsa.
Uno de sus estudiantes es Tomás Ochoa, artista cuencano, que desde hace varios meses toma clases ahí. Su interés en la música transcultural como la salsa lo llevó a iniciarse en este ritmo: “Me llama mucho ese tipo de música que se va haciendo global”.
Él tiene un proyecto que busca potenciar el arte y la cultura en el valle quiteño; próximamente se abrirá un espacio de difusión en este sector que abarcará distintas disciplinas. “La idea es crear un espacio para que las personas puedan disfrutar del baile, no solo de discotecas sino lugares donde el baile sea el centro de atención”, dice.
Jibaja participará de este proyecto en el área de baile. Él piensa que es una actividad que requiere mayor atención y que todavía debe ser explorado: “Bailar es para todos pero por lo general no te das cuenta de lo importante que es, especialmente en nuestra cultura”.