Julio Echeverría en un rincón de su departamento. Actualmente dirige investigaciones que ayuden a entender mejor a la urbe. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO
Julio Echeverría puede hablar de Quito con conocimiento de causa, no solo porque la ha estudiado, sino porque ha vivido en ella y la ha visto cambiar, crecer, organizarse, enredarse, embellecerse y afearse por sectores y por épocas. De esa experiencia citadina, cotidiana e intelectual, habla hoy.
¿Cada grupo humano tiene la ciudad que se merece?
La ciudad es siempre una condición de expectativas no realizadas. Creo que cada quien le pide a la ciudad varias cosas y la ciudad no necesariamente satisface todos los deseos que los ciudadanos, de distinta condición, tienen respecto de ella.
¿No le parece que es una especie de espejo, que una ciudad es según son sus habitantes?
Sí, por supuesto. La ciudad, su morfología, cómo está construida, refleja un poco lo que los habitantes de esa ciudad son y han sido, porque la ciudad es también un espejo de la memoria, de su propio devenir. Y en Quito podemos apreciar eso muy bien. Tenemos un centro histórico patrimonial, extremadamente bello y tenemos también una ciudad moderna, con los problemas y las complejidades que la modernidad trae consigo.
¿Y emocionalmente? Porque hay ciudades más hostiles, más cálidas…
En el origen de las formulaciones de la sociología sobre las ciudades, Georg Simmel plantea la ciudad como una estructura nerviosa, porque está compuesta de gente que tiene una estructura de percepciones, de emociones y de razones, de racionalidad. Entonces la ciudad es esta aglomeración de individuos que tienen estructuras muy diversas. Eso hace que las ciudades sean centros de aglomeración o lo que se conoce también como espacios públicos donde confluyen una diversidad de actores y de situaciones.
Si Quito fuera una persona, y usted fuera su médico de cabecera, ¿cuál sería el diagnóstico sobre su salud?
Primero estaría preocupado por la necesidad de tener mejor información y mejor capacidad de diagnóstico sobre las capacidades de la ciudad, ¿no? Y diría que, en alguna medida, tiene bajo control sus problemas. Pero Quito tiene que mejorar su capacidad de conocerse a sí misma para definir cuáles son sus mejores opciones.
¿Es decir que no es un paciente que está muy en contacto con su cuerpo, con lo que siente, lo que le pasa?
Si queremos utilizar esta figura de la patología, digamos que tiene bajo control sus patologías y, en alguna medida, está apuntando a resolverlas. Una de ellas es la movilidad; Quito en este momento está muy empeñada en resolver sus problemas de movilidad.
¿Cuáles son otros aspectos de los que, en cambio, no está muy pendiente?
Hay vulnerabilidades que tienen que ver con el convivir ciudadano; por ejemplo, la inseguridad o la violencia son temas sobre los cuales la ciudad no tiene mucha claridad.
¿Cuál diría que es el tipo de personalidad de Quito?
Es una ciudad cada vez más fuerte en el reconocimiento de su pasado, lo cual la dota de una identidad interesante, potente; y es una ciudad que quiere proyectarse y afirmarse en un contexto global. En el medio tiene este conjunto de problemas sobre los cuales está trabajando para lograr una mejor identidad y un mejor posicionamiento en el mundo.
¿Qué no es una ciudad?
Creo que hay no-ciudades dentro de la ciudad, que son los espacios de desencuentro, de violencia, de inseguridad. La no-ciudad es la incapacidad de reconocer la presencia del otro y de convivir de la manera más adecuada. Esta es la base de la ciudadanía.
¿Cuán lejos de la polis griega estamos? ¿Eso es bueno, malo, da lo mismo?
En el concepto de ciudad convienen dos categorías: la de la polis y la de la cívitas. La polis es la dimensión de la configuración de lo público. El ciudadano es aquel que da mucha importancia a la convivencia en el espacio público y que, en alguna medida, subordina su propio interés a la vida de la colectividad. Y el concepto de cívitas, en cambio, hace referencia a la necesidad de la convivencia de múltiples y de diversos. Si combinamos estos dos elementos conceptuales estaríamos dando cuenta del modelo ideal de ciudad.
¿Estamos lejos o cerca de ese ideal?
Creo que en alguna medida estamos lejos.
¿En qué lo nota?
Siempre el ideal es un horizonte de realización muchas veces inalcanzable. Creo que en los índices de violencia y de inseguridad hay que trabajar mucho en la configuración del ser ciudadano, por lo tanto habitante de una polis plural.
¿Cómo sobrevivirá la idea de ciudad a los ritmos del siglo XXI?
El panorama puede conducirnos al pesimismo, si vemos las actuales aglomeraciones urbanas; especialmente, las mega ciudades con sus llamadas externalidades negativas: contaminación, tráfico, violencia, etc. Pero es muy importante que las soluciones se tomen a nivel local, en el barrio, la comunidad, en distintas escalas. Las soluciones, si bien pueden ser pensadas en términos de sistemas globales, están en el fortalecimiento de la capacidad de resiliencia, de propuesta y de gobierno. Por eso los gobiernos de las ciudades son muy importantes.
¿Debemos seguir pensando a la ciudad que habitamos como nuestra casa? Tomando en cuenta que en nuestra casa también hacemos lo que nos da la gana.
Hay líneas de similitud mirando las escalas diferentes. En la casa también tenemos un espacio público y un espacio privado. La casa es el espacio donde ser forman los ciudadanos; por eso la vida en la casa es muy importante para que la vida en la ciudad sea una vida adecuada. Esta relación entre casa y ciudad tiene muchas implicaciones e involucra desde el diseño arquitectónico hasta la forma de vivir.
Es decir que sí vale la pena usar esta figura, pero deberíamos aprender primero a vivir en la casa, ¿no?
Sí, aprender a vivir en la casa y con la gente más cercana. Fíjate en los índices de violencia intrafamiliar que existen y están alertando de que no se sabe vivir bien en la casa, y si eso pasa no se podrá vivir bien en la ciudad tampoco.
Italo Calvino, en ‘Las ciudades invisibles’, dice que las ciudades, al igual que los sueños, están hechas de deseos y de miedos. De ser así, ¿Quito le parece más un buen sueño, una pesadilla, una duermevela?
Creo que los sueños, las pesadillas y los deseos están siempre presentes, y Quito, como toda ciudad, está compuesta también de estas pulsiones, por eso decía que es una estructura nerviosa y como toda estructura nerviosa puede generar patologías que deben saber ser tratadas adecuadamente.
Pero a usted, personalmente, qué le parece más, ¿pesadilla o sueño?
Un bonito sueño, siempre acompañado de pesadillas.
¿Qué dosis de locura y caos es capaz de soportar una ciudad, y de todas maneras, seguir siendo un sitio vivible?
Estamos obligados a soportar y a soportarnos: ese es el desafío de la vida en la ciudad. Actualmente mucho de la vida en la ciudad tiene que ver con un concepto que lo utilizo bastante que es el de fuga. La ciudad nos incita a fugar de ella, a buscar el campo, a buscar el ambiente sano, a conectarnos con el mar, con la montaña, ¿no? Y ese creo que es un efecto de la vida citadina, que nos expulsa, pero que al mismo tiempo nos atrae. No podemos quedarnos mucho tiempo en el mar, no podemos quedarnos mucho tiempo en la montaña, tenemos que regresar…