Los indígenas recuperan los tubérculos andinos

Las campesinas de la comunidad Apatud Alto cosechan con técnicas ancestrales en el sur de Ambato. Foto: Glenda Giacometti/ EL COMERCIO.

Las campesinas de la comunidad Apatud Alto cosechan con técnicas ancestrales en el sur de Ambato. Foto: Glenda Giacometti/ EL COMERCIO.

Las campesinas de la comunidad Apatud Alto cosechan con técnicas ancestrales en el sur de Ambato. Foto: Glenda Giacometti/ EL COMERCIO.

En una parcela de 1 500 metros cuadrados, Tránsito Chaluis cosecha ocas, mashua, mellocos y habas. La mujer, de 60 años, dejó de comer fideo, harina, arroz, pan y galletas y los reemplazó por estos productos ancestrales andinos.

En su propiedad, ubicada en la comunidad Apatud Alto, en la parroquia Santa Rosa, en el sur de Ambato, siembra y cosecha estos alimentos para el consumo de su familia. Los excedentes comercializa los domingo y lunes en las plazas y mercados de Ambato.

Chaluis es parte del proyecto de recuperación de tubérculos o productos andinos impulsado por la Fundación Dignidad y Vida (Fundyvida) de Ambato con el financiamiento de la Fundación Suiza de ayuda para los Indígenas del Ecuador.

Entre las comunidades que se benefician están Angahuana, Chacapungo, San Miguel, Misquillí, Artezón y San Juan de Picaihua. Además de Tambaló, la fundación San Juan Bautista de Mocha y los grupos organizados de Santa Rosa.

Ataviada con botas de caucho, anaco negro, reboso morado y sombrero de paño blanco Chaluis camina todos los días a las 06:30 con dirección a su huerto. También, cultiva papas, zanahoria y cuida 100 plantas de mora que le obsequiaron en el proyecto.

Afirma que la mashua, un tubérculo andino alargado de color amarillo intenso, es buena para curar la inflamación de la próstata. Se prepara picada y acompañada de otras hierbas. “Con eso se alimentaban nuestros taitas, mamas y abuelos, por eso no sufrían con la inflamación de la próstata. Ahora nuevamente se utiliza en la medicina”.

La oca, la mashua, los mellocos... salieron de la dieta diaria de este poblado de casas dispersas. “Nos dedicamos a sembrar papas, cebolla, zanahoria, ajo y los lunes en la feria de Ambato comprábamos harina, pan, fideos, colas, pero ahora estamos alegres porque comemos nuestros productos, más sanos, ya no usamos químicos”.

Además de la recuperación de los productos andinos, los técnicos agrícolas de Fundyvida trabajan para que los agricultores retomen sus prácticas agrícolas ancestrales, es decir, el uso del abono de los cuyes, las gallinas y del ganado. También, que fabriquen los bioles para la fumigación y en el arado se use la yunta.

Los jueves, Chaluis con ayuda de su hijo Carlos introducen los dedos de su mano en la tierra húmeda y sacan varias papas de mashua. Víctor Toasa, técnico agrícola de Fundyvida, ayuda con el asesoramiento.

En el proyecto de recuperación del cultivo andino partipan 500 familias de las zonas altas de Santa Rosa, Quisapincha, Martínez (Calhua), Pasa San Fernando y Juan Benigno Vela. Ellos recibieron las semillas de mashua, oca, melloco, habas y papas.

Toasa asegura que decidieron impulsar el plan porque la mashua, un producto medicinal, estaba desapareciendo del mercado. Asimismo, las ocas y mellocos. Con ayuda de los habitantes de las comunidades se retomó el cultivo.

“Estos utilizaban nuestros ancestros para la alimentación de su pueblo, pero en la actualidad los niños y jóvenes consumen muy poco, porque prefieren las golosinas artificiales y otros productos dañinos”.

Para incentivar el consumo, las familias campesinas e indígenas recibieron cursos de cocina con los chefs de la Escuela de Cocina Lescoffier, ubicada en el sur de Ambato.

Ellos les enseñaron cómo preparar alimentos nutritivos como guisos, cremas, locros con las habas, mellocos, mashuas y papas.
En el barrio Roldós de la comunidad Apatug, 20 familias participan en el programa. A pocos pasos de la casa de Chaluis vive Manuela Yanzapanta. En su terreno produce ocas, habas y mashua. Cuenta que el saco de mashua en el mercado bajó a USD 1. Cuando escasea puede subir hasta USD 40.

Su hija Mercedes también aprendió las técnicas ancestrales del sembrado. Con el azadón en la mano aporca su huerta orgánica, cubierta con abundante maleza.

Está alegre porque a más de producir productos sanos en los 1 700 m2 de terreno, puede vender los excedentes en el mercado y contar con algo de dinero para mantener la casa.

“Ahora me ahorro USD 12. Antes viajaba a la ciudad a comprar arroz y otros productos, pero gracias al proyecto ya estamos produciendo nuestros alimentos”.

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