Plazas, redondeles y rotondas (glorietas) son característicos del trazado citadino actual. Muchas metrópolis poseen plazas y redondeles tan icónicos que forman parte de su historia viva.
La glorieta del monumento a la Independencia de México, en el Paseo de la Reforma, es un claro referente. La Rotonda guayaquileña, igual. Pensar en retirarlos sería atentar contra el patrimonio urbanístico y la memoria colectiva de las urbes.
En esa carga histórica radica la principal utilidad de muchos anillos viales actuales. En las urbes pequeñas, asimismo, permiten la autorregulación del tránsito y muchos giros en una intersección. Según los expertos, un redondel soporta el flujo de 3 000 vehículos en las horas pico. Cuando la carga soprepasa ese número se vuelven lentos, ineficientes y peligrosos. Y no solo para los coches, sino también para los peatones, que pasan peripecias para cruzar veredas y calzadas.
Una buena señalética y una semaforización idónea mejoran el problema, pero no lo eliminan.
Será por esto que muchas urbes del mundo, especialmente las nórdicas y norteamericanas, han decidido retirar estos equipamientos urbanos para reemplazarlos con otros más modernos y eficientes: los intercambiadores.
En esencia, estas infraestructuras viales cumplen las mismas funciones de los redondeles pero de mejor manera, pues incorporan elementos como pazos elevados, deprimidos y peatonales, que optimizan la circulación de carros como de personas.
Quito ha cambiado algunos redondeles por intercambiadores con éxito. Y lo hace en este mismo momento en la av. De los Granados.
No obstante, mantiene otros -como la Plaza Artigas- que son un verdadero tormento chino. ¿Será la hora de reemplazarlo?