Un detalle de una de las mesas del Pabellón Alternativo en la FIL de Quito. Foto: Ivonne Guzmán/ EL COMERCIO.
Que una feria de libros deberÃa ser como la feria de los miércoles del mercado Santa Clara. Eso me dijo la librera Mónica Varea en una conversación que sostuve con ella esta semana.
Sobre todo, por la frescura de los productos que se ofertan. Lo más probable que es que a los organizadores de la FIL de Quito les toque ir de urgencia a tomar un curso con las caseras que tanto dominan la materia del buen vender.
Antes de entrar a los pormenores de la FIL local, aquà va una explicación de la tesis de Varea: un miércoles, en Santa Clara solo se encuentran productos recién salidos de la tierra, algunos incluso son de edición limitada (únicamente disponibles ese miércoles y punto), también están las rarezas: algún hongo extravagante, pongamos.
Ese mismo deberÃa ser el espÃritu de una feria internacional del libro que se precie de tal. Un lugar lleno de novedades: prosa, lÃrica, fotografÃa, ilustración y ensayo frescos; libros raros; temas inexplorados. En lugar de los mismos libros de Paulo Coelho, Vargas Llosa o las 1 250 Sombras del tal Grey, que se compran un dÃa cualquiera donde el librero de confianza.
Con la salvedad del invitado de honor, el Fondo de Cultura Económica, en donde todo o casi todo es nuevo, pues la editorial nunca ha tenido sede en el paÃs (en poco tiempo más ya abrirá su centro cultural en Quito) y sus libros no han sido de amplia distribución acá, el resto de la FIL quiteña es bastante predecible. También, porque todo hay que decirlo, se destacan las librerÃas pequeñas como Tolstoi y El Oso Lector, por la especialización de sus libros.
Digamos que para el lector que encarna a aquel que lee medio libro al año –es decir, el lector ecuatoriano promedio según las estadÃsticas–, la FIL instalada este año en la Casa de la Cultura sà puede resultar un universo inexplorado. Pero para un lector medianamente informado, incluso incipientemente ambicioso, la Feria se convierte pronto en un paisaje repetido y aburridor.
Este último tipo de lector, sin embargo, tiene una opción más dentro de la FIL: el Pabellón Alternativo (que no alcanza los 80 metros cuadrados), ubicado entre la cafeterÃa y las gradas para subir al área infantil, en el edificio del Museo Nacional de la CCE. Justo ahà donde están puestas unas mesas en el desnivel de un par de gradas.
En estricto sentido, lo que ofrece el Pabellón Alternativo tampoco es que sea fresco, fresco (aunque sà tiene sus panes recién horneados también), pero es ciertamente novedoso. Es como ir de comprar a la tienda de productos asiáticos que queda en la esquina frente al mercado Iñaquito, donde para un estómago occidental todo es nuevo.
AhÃ, por ejemplo, en un par de mesas se abre un universo: ‘Jacksonismos. Michael Jackson como sÃntoma’ o ‘Postpunk’, ambos de la editorial Caja Negra. También se pueden conseguir tÃtulos interesantÃsimos como ‘La música en el Holocausto’, de Shirli Gilbert en Eterna Cadencia; ‘La estética nazi’, de Adriana Hidalgo Editora. O varios tÃtulos (nuevos y no tan nuevos) de los sellos ecuatorianos Antropófago, Fondo de Animal, LÃnea Primitiva, Cadáver Exquisito, De ida y vuelta (con el fresquÃsimo ‘Vueltas por el universo’, de Roger Ycaza).
Si no fuera por el permanente set musical, a veces hiphopero, que inyecta ganas de bailar, talvez serÃa difÃcil soportar el breve surfeo por las dos mesas del Pabellón Alternativo, ya que el olor a comida de la cafeterÃa contigua es ciertamente molesto.
Con los pies y los hombros en movimiento, la lista de tÃtulos refrescantes (que no nuevos) y temas no manidos sigue: está Slavoj Zizeck con sus teorÃas; también libros sobre porno terrorismo o ‘Voces polifónicas. Itinerarios de los géneros y las sexualidades’; etcétera.
SÃ, lastimosamente, para quienes leen, la FIL de Quito casi no presenta novedades en el frente. Sin embargo, siempre les quedará el espÃritu hiphopero del Pabellón Alternativo. Y la esperanza de que las caseras de Santa Clara se animen a dar un curso exprés a los organizadores de la Feria.