Leonardo Valencia, autor del libro ‘Soles de musffeldt. Viaje al círculo de fuego’. Foto: Galo Paguay/ EL COMERCIO.
De paso hacia Chile, donde dará una conferencia titulada Duda y certeza. Hacia una antropología de la novela, el escritor Leonardo Valencia aprovechó su estadía en Quito para presentar la noche del martes pasado (4 de noviembre) -en compañía del artista Peter Mussfeldt– el libro ‘Soles de Mussfeldt. Viaje al círculo de fuego’ (La Caracola Editores, 2014).
Hace más de tres años, Mussfeldt y Valencia empezaron a hablar de la posibilidad del libro que hoy es una realidad. En su cuerpo voluminoso, y cuidadosamente diseñado por Esteban Salgado, se juntan las dos pasiones de Valencia: el arte plástico y la escritura; de los que habla a continuación.
¿Cuándo y cómo nace su conexión con las artes plásticas, que le es un tema de reflexión muy familiar?
Siempre he sentido pasión por la pintura. Siendo adolescente, cuando vivía aquí en Quito, tomé clases de pintura y de dibujo con un pintor norteamericano. Debía tener unos 12 años y en ese momento descubrí la literatura, con las posibilidades que tenía, y dejé el dibujo. Desde muy chico, mis padres siempre me llevaron a ver pintura en museos.
Hay conocimiento sobre plástica en lo que escribe.
Soy un autodidacta. Siempre me han gustado los autores que han estado cerca de la cultura, desde (Charles) Baudelaire hasta Octavio Paz. La palabra ha tenido acercamientos con la pintura. Siempre hay historias mudas que está contando la pintura. Y yo como soy narrador, de alguna manera, conecto por ese lado.
¿Cómo hace un escritor para acercarse a una obra visual sin quedarse atado a las lógicas del relato?
Hay una diferencia esencial. La pintura te presenta todo en simultáneo. La literatura exige una lectura continua. Entonces, de alguna manera, al menos en mi experiencia, cuando tú ves un cuadro te lo imaginas en movimiento.
Yo trato de imaginar el proceso de donde vino: cómo se pudo haber inspirado, qué distorsiones pudo haber aplicado en la realidad y hacia dónde iba. Supongo que por ahí hay una manera de mirar la pintura, pero también está el puro goce estético, donde dejas las referencias culturales, los nombres, los títulos y ves la obra. O sea, te entregas prácticamente desnudo a la obra, para que ella te inunde.
Usted está metido en varios ámbitos de la escritura (ficción, ensayo, opinión), ¿cree que se escribe muy distinto este tipo de libros?
Me gusta lo de la imago de (José) Lezama Lima; creo que en la base de la escritura hay una imagen siempre. En mis cuentos o en mis novelas siempre hay una imagen de la que nace o hacia la que quiere llegar el relato. En el caso de los cuentos, surgen porque he visto una imagen que los desata.
En cambio en las novelas, yo trato de acercarme a una imagen que avizoro a lo lejos, y la novela es todo el recorrido para llegar a ella. El artista trabaja con los colores, con la simultaneidad y con el instante elegido, que es decisivo; curiosamente, se parecen el pintor y el poeta, por eso la famosa frase latina de la ‘ut pictura poesis’, que escenifica ese vínculo. Y en el narrador también funciona la imagen, a la que se va rondando.
¿En qué niveles o dimensiones convergen los soles de Mussfeldt con sus relatos?
A mí siempre me ha interesado el exilio contemporáneo, el nomadismo y, claro, el sol es igual para todos; compartimos el sol. Ahí hubo un tema interesante en el que conectamos. Y después también hubo un intercambio interesante entre Peter y yo: él vino a Ecuador antes de yo naciera, y yo me marché y llevo más de 20 años viviendo en esa Europa que él dejó.
A ese nivel ha operado; el recorrido del Sol es un recorrido nómada como el de la Luna (en referencia a su libro ‘La luna nómada’).