Con su saco puesto al revés, dos cachos mal cogidos y una enagua con encajes, La Chilindrina abre la puerta de su camerino. El show de su circo ya se inicia y sin embargo gustosa ofrece galletas al fotógrafo y a la periodista para iniciar una amena charla infantil.
Pero al hablarle sobre María Antonieta de las Nieves cambia su voz y dice: ¡Ah! es sobre mi mamá”. La actriz es una señora que nunca ha vivido de acuerdo con su edad y sin embargo, dice que ha sido una mujer plenamente feliz que disfruta de todo.Empezó a trabajar a los 6 años y para ella la vida de un niño artista es bastante difícil. Mientras cuenta que trabajó en radio, teatro, cine y doblaje cruza inocentemente las piernas en el amplio sillón de su camerino tal y como lo hacía su personaje en la serie que la llevó a la fama a los 20 años.
María Antonieta recuerda que en su infancia no había juegos con muñecas o bicicletas. Tuvo una bici que nunca usó y sus muñecas no pudieron compartirse con amigas porque su única compañera fue su hermana a la que adoraba como a nadie en el mundo.El fruto de trabajar todos los días desde niña le dio un auto último modelo y una casa que le compró a su madre a los 18 años.
Amaba hacer el personaje de actriz dramática infantil, pero conoció a Chespirito y su vida cambió por completo. En 1971 nació la Chilindrina y tres años después empezó su show de circo. Con él recorrió América. Ama viajar y lo expresa con sus enormes ojos pícaros que le dieron vida al personaje de niña traviesa de 8 años. “Mi circo me permite sentirme libre, me ha dado cosas valiosas”.
Nunca fue una mujer de cocinar y lavar platos, incluso nunca tuvo llaves de su casa porque su esposo y antes sus papás la acompañaban a todas partes.
Si quiere comprar algo debe pedírselo a su esposo, Gabriel Fernández, con quien el año próximo cumplirá 40 años de matrimonio. Al hablar sobre él se le ilumina la mirada.
No maneja su dinero, pues cuando lo hizo el primer año de casada se fue a la bancarrota. “Era mejor que él manejara mis finanzas y yo me lo gastara en lo que podía”, dice entre risas y mostrando su boca sin diente.
Siente que Dios la premió con un maravilloso hombre, una linda familia y una hermosa carrera que la ha hecho muy afortunada. Ahora tiene 60 años, es madre de dos hijos, abuela de cinco nietos y cuando no lleva el traje impecable y los zapatos brillantes de la Chilindrina anda de jeans, de zapatos deportivos y con gorra.
En algún momento quiso ser grande y exhuberante, pues ese era el prototipo de las damas jóvenes de su época. Sin embargo, su 1,48 de estatura no le afectó para ser actriz y llegar a donde anheló. “Gracias a eso Chespirito quiso que interpretara a la Chilindrina y funcionó muy bien”.
Su energía sale precisamente de ese personaje porque nunca dejó de ser una niña y, además, su físico permanece bien. Su peso no sube ni baja pese a todas las cosas que le encanta comer en la calle, pues es muy golosa.
Los recuerdos de sus trabajos en Los supergenios de la mesa cuadrada, primera actuación radial en la que participó con Chespirito, y en la Vecindad del Chavo son los mejores. Le da nostalgia y lo demuestra con las expresiones de su rostro al hablar sobre Ramón Valdez. Da gracias a Dios de que él la quiso como a una hija porque ella lo quiso como a un padre.
Le disgusta un poco hablar sobre Chespirito con quien no tiene relación y tiene años de no verlo. Los 10 años de juicio por los derechos de su personaje fueron un “vía crucis” para ella.
El año que viene esa niña que le dio vida y también problemas cumplirá 40 años, pero con sus ocho pecas pintadas en cada mejilla parece que no ha pasado de los 8 años. Sale del camerino, habla como niña otra vez y se toma fotos en las mejores y más repasadas poses antes de salir a las tablas, en donde piensa que morirá, pues siente que allí se fue su vida entera.