Una contribución sustancial cuyo destino es perdurar

Alfredo Palacio (der.) posesiona a tres ministros en el Salón Amarillo, el 21 de abril del 2005. Rafael Correa (izq.) gobernó del 2007 al 2017. Foto: Archivo/EL COMERCIO

Alfredo Palacio (der.) posesiona a tres ministros en el Salón Amarillo, el 21 de abril del 2005. Rafael Correa (izq.) gobernó del 2007 al 2017. Foto: Archivo/EL COMERCIO

Alfredo Palacio (der.) posesiona a tres ministros en el Salón Amarillo, el 21 de abril del 2005. Rafael Correa (izq.) gobernó del 2007 al 2017. Foto: Archivo/EL COMERCIO

Las transformaciones que ha sufrido el Ecuador en las últimas cuatro décadas son “las más profundas y trascendentales ocurridas desde su fundación”, dice Osvaldo Hurtado en su nuevo libro, continuación del famoso ‘El poder político en el Ecuador’ (1977), que interpretó la historia del país hasta 1975.

Dándose modos entre su quehacer político y la presidencia de la Corporación de Estudios para el Desarrollo (Cordes), que fundó hace 34 años, Hurtado superó las dudas de publicar un análisis comprehensivo del último período, surgidas -dice- de haber sido protagonista de partes de esa historia. Pensó que su libro no iba a ser sobre gobiernos sino sobre procesos históricos y, además, tuvo temor -según confiesa con un toque de humor negro- “a que el fatal transcurrir del tiempo se convirtiera en un obstáculo que terminara impidiendo que pudiera reflexionar y escribir con lucidez y buen juicio”. Así que toca al lector decidir si las posiciones adoptadas y las responsabilidades asumidas (entre las más destacadas, presidente de la República, 1981-84, y presidente de la Asamblea Constituyente, 1997-98) le hicieron entregar una interpretación interesada de los hechos.

No quedan dudas de que el libro, de más de 500 páginas, es una contribución sustancial para el análisis de cuatro décadas claves de la historia ecuatoriana y, como tal, está destinado a perdurar. Lo es por la época que estudia, estos 40 años de modernización acelerada que cambiaron para siempre el país inmóvil de los siglos anteriores. Lo es por el enfoque que adopta: la democracia y el desarrollo son los ejes del marco teórico empleado, tal como el sistema hacienda y el poder político lo fueron en el libro de 1977, obra que, por haber reem­plazado a Hurtado en la cátedra de Sociología Política del Ecuador, en la Facultad de Economía de la PUCE, usé como libro de texto desde su primera edición y he recomendado siempre a mis alumnos, como un clásico de las ciencias sociales ecuatorianas.

Y lo es, en no menor medida, por la organización del volumen: cuatro partes donde se desarrollan sendos exámenes de las profundas transformaciones en la economía, la sociedad, la política y las ideas. No se trata de un libro enciclopédico, donde, por ejemplo, la economía se estudie con muchos datos, cifras y cuadros, sino que el autor se concentra, con claridad que se agradece, en el crecimiento, la deuda, la crisis y el desarrollo, mientras oportunas notas al pie dan los datos más relevantes (y novedosos, porque se toma a las cuatro décadas en conjunto).
Los cambios sociales que Hurtado escoge para analizar en su segunda parte son los claves: formación de la clase media, reducción de la pobreza, mejoramiento de los niveles de vida, universalización de la educación, eclosión política y social del pueblo indígena, ascenso de la mujer; todos dan forma a lo que Hurtado define como “una nueva sociedad”.

En la tercera parte viene la crónica de la transición democrática, de las constituciones que nos hemos dado estos años, del devenir de los partidos políticos y de otros actores políticos, como los grupos de presión, concluyendo con un severo examen del autoritarismo y el populismo.

La cuarta parte, que es la más polémica del libro, trata sobre las ideas: estado y mercado, integración y libre comercio, el capital social, la paz con el Perú, y termina con una nota positiva hablando de ‘Un mundo mejor’, el que hoy tenemos y el que se vislumbra para el futuro, con el avance de las ciencias, la tecnología, la propia globalización, que ve como fuerza muy positiva aunque también como un desafío.

Méritos y polémicas

Otro mérito del libro, como de las demás obras de Osvaldo Hurtado, es la prosa clara, sin alambicamientos ni tecnicismos y, generalmente, correcta. Por allí se ha ido algún gazapo y alguna construcción equivocada. Pero son pequeños reparos a un texto por lo general terso y fácil de leer.

¿Todo es perfecto en el libro? No. Dentro de la polémica cuarta parte, el capítulo menos potable es el de ‘Capital social’, donde Hurtado vuelve a la tesis de su libro ‘Las costumbres de los ecuatorianos’ (2007), por la que achaca a los ecuatorianos que sus comportamientos a lo largo de la historia se opusieron “a los requerimientos de la democracia y el desarrollo”. Según él, esas “costumbres”, “modos de ser”, esa carencia de “virtudes cívicas”, llevaron al subdesarrollo, pues, sostiene, los comportamientos son más importantes que “la tenencia de recursos materiales, medios financieros y capital humano” (p. 398).

Aunque este tema da para un artículo exclusivo de debate, apunto que esta vieja tesis funcionalista del capital social, formulada en 1993 por Robert Putnam, académico de Harvard, tiene serias fallas. En primer lugar, se olvida de la historia, porque parte del resultado: hay unos países desarrollados y unos subdesarrollados. La causa aparente (el comportamiento cívico) es una variable construida ex-post, no es un dato de la realidad, como ya lo hizo notar Tarrow (1996), uno de los primeros críticos de Putnam. Los efectos supuestamente maravillosos provienen de una mezcla de fenómenos objetivos (la participación asociativa) y subjetivos (las normas y valores), y es una suerte de teoría circular que va de las asociaciones y comportamientos al capital social y de este a aquellos, sin dejar claro por qué ello lleva al desarrollo.

Hurtado no es ni ha sido jamás un político sin ideología y tampoco es ni puede ser un analista desideologizado. De ser un defensor de la Democracia Cristiana, con sus orígenes en la Doctrina Social de la Iglesia, se convirtió en un político liberal, cuando no neoliberal.

Y eso se encuentra en el libro: un enfoque que comienza por negar que existan antagonismos sociales, continúa por exaltar a los emprendedores y a quienes buscan tener éxito en la vida. Y, de pasada, alabar, más de una vez, a “los cultos evangélicos, más conectados con el enriquecedor trabajo y la vida diaria de las personas que la religión católica”, lugar común que no se sustenta cuando se conoce a los seguidores de sectas pentecostalistas y fanáticas. Concluye, el autor, que la liberalización de la economía y el comercio, el mayor papel del mercado y, en general, el pragmatismo, es lo que lleva al desarrollo. El Estado ha desaparecido o, al menos, se ha liliputizado.

Sin embargo, en beneficio de Hurtado hay que decir que no es alguien que solo cree en la eficiencia empresarial. Es un político y sabe el papel de la política; es un científico social y sabe de ciencias humanas, y eso es también destacable en este nuevo gran esfuerzo intelectual

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