Primero las definiciones. Decir “grupos folclóricos” no es lo mismo que decir “grupos tradicionales” o “de tradición cultural”. Quien hace la diferenciación es Schubert Ganchozo, músico guayaquileño que integra la Orquesta Bambú, una agrupación que emplea instrumentos hechos en caña guadúa e interpreta canciones sacadas de la tradición oral montubia. Mientras los primeros, según Ganchozo, “responden a un fenómeno del marketing”, los segundos son autóctonos que practican “la esencia de su cultura”.
Wilman Ordóñez, autor de 11 libros sobre montubios, entre esos, dos tomos de ‘Alza que te han visto: historia social de la música y los bailes tradicionales montubios’, es crítico con muchas escuelas que carecen de un departamento de investigación de los bailes y música tradicional. Eso, a su juicio, ha hecho que en los últimos años se irrespeten los orígenes de las interpretaciones.
“Actualmente no hay un verdadero estudio de las culturas. Cualquier sujeto puede hacer de coreógrafo y enseña a bailar supuestos ritmos tradicionales a sus alumnos. Eso nos hace desmemoriados con nuestros ancestros”. Así opina Ordóñez, quien en 1986 creó Retrovador, un colectivo guayaquileño que ejecuta bailes tradicionales costeños, basados en investigaciones. En este sitio no se cobra por enseñar.
Zayda Litardo (49 años), quien tiene una escuela de danza en el centro de Guayaquil que lleva su nombre, discrepa con Ordóñez. “Los que tienen una formación académica pueden ejecutar los bailes tradicionales incluso mejor que quienes lo hacían originalmente. Una persona con formación puede hacer los giros del mapalé (ritmo autóctono costeño) con mayor elegancia”, asegura Litardo, quien inauguró su academia en 1981. Actualmente tiene 55 alumnos.
Ordóñez insiste en que se ha perdido la esencia de muchos de los bailes tradicionales de la región. “Ahora hay una búsque-da más urbanizada y mercantil. Los grupos buscan el show mediático, hacer un trabajo pintoresco y ridículo para ganar plata”.
Folclor híbrido
Litardo enseña a sus alumnos bailes que mezclan el folclor con lo neoclásico (mezcla de ballet con danza moderna).
“Lo hacemos para que resulte moderno y se mantenga el interés de la juventud actual por lo tradicional”, justifica Litardo.
Para Schubert Ganchozo, estas son “experimentaciones válidas que se han visto últimamente”. El problema, asegura, radica cuando los músicos y bailarines que realizan esas fusiones no tienen clara la esencia de los géneros que están alterando.
“Se puede manipular un sanjuanito, un andarele, un currulao siempre y cuando los conozcan. O si no, puedes cometer un exabrupto”, añade Ganchozo.
Jovana Rodríguez Castro (66 años), afroecuatoriana oriunda de San Lorenzo y líder de África Tambora, es más radical. Ella toca la marimba en su agrupación, la misma que interpreta variados ritmos costeños (mapalé, caderona, trapiche y otros). Además, considera las alteraciones como una falta de respeto. Como ejemplo cita el caso del tema costeño El diablo, que “se lo debería interpretar al ritmo del bambuco y ahora se le mete un poco de fabriciano, un poco de apalé”, asegura esta mujer de tez morena y con un lunar en su ceja derecha.
Vestuario y escenario
En lo que coinciden Litardo y Ordóñez es en las variaciones que ha experimentado el vestuario en muchos grupos folclóricos. “Retrovador es fiel al vestuario autóctono pero no auténtico. Tratamos de acercarnos a una forma de vestir de un tiempo determinado y rediseñamos la vestimenta a partir de eso”, cuenta Ordóñez, quien ha recorrido varios países de América con su agrupación. El próximo 3 de marzo tiene previsto realizar un viaje a Buenos Aires (Argentina).
Litardo asegura que hoy se puede contar con una mayor variedad de colores. “Ahora hay más vida, antes todos los colores eran terracotas”. Incluso, dice, las telas ahora son más livianas y, en algunos casos, permiten mayor soltura en los movimientos.
Recuerda que en una presentación de su grupo en Tena interpretaron el pasacalle Guayaquileño con vestidos sobrecargados de lentejuelas, lo que hacía que brillaran en el escenario.
Rodríguez cuenta que ha visto versiones de ‘La Caderona’ con ropa apretada y muy corta, “casi desnudas, lo tradicional es que se lo haga con vestidos largos”.
Según Ganchozo, el hecho de que muchos de los bailes folclóricos ya no sean ejecutados en su lugar de origen, sino en teatros, también altera su significado.
“Depende de la ética y del estudio del músico que coloque esos ritmos en un escenario diferente para que no se tergiverse. Es peligroso cuando se saca de contexto, por ejemplo, un ritmo propio de la Sierra como el albazo, que se lo toca al alba, en las calles en las que la gente se amanece, y se lo traslada a un teatro”, opina Ganchozo.
Para Ordóñez las culturas tradicionales son parte de nuestro patrimonio. Aquello que nos permite vernos diferentes y también nos otorga una identidad merecen ser estudiadas.