Si Buenos Aires tiene su dupla tanguera más prominente con Carlos Gardel y Alfredo Lepera, Salta tendrá la suya. Manuel J. Castilla, como letrista, y Gustavo ‘Cuchi’ Leguizamón, músico, son los dos íconos fundamentales de la zamba salteña y otros géneros del folclore, que en Argentina se pronuncia con la ‘e’ al final.
Los salteños tienen un orgullo: es la tierra de poetas y cantores. “Para mal nuestro”, dice pícaramente a EL COMERCIO el poeta Raúl Aráoz Anzoátegui, de 89 años. No solamente serán el ‘Cuchi’ y Castilla los referentes. Bien se pueden mencionar a Los Chalchaleros y el Dúo Salteño, Eduardo Falú. En estos días, son Los Nocheros y el Chaqueño Palavecino, aunque los rigurosos niegan a estos el ingreso al parnaso por “comerciales”, por no representar el auténtico espíritu del folclore.
Salta es una sociedad parrandera y se toma mucho vino. Muchos salteños andan con las guitarras colgadas al hombro y se dirigen a las peñas (unas turísticas y otras no tanto) en donde el folclore apasiona a todos. Incluso a los jóvenes. El rock parece ser todavía un fenómeno en ciernes.
“A orillas del canal / cuando llega la mañana / sale cantando la noche / desde lo (‘lau’ pronuncian) de Balderrama”, dice una zamba compuesta por Castilla y el ‘Cuchi’. Es un homenaje a una de las peñas más famosas: Balderrama. Y dicen que desde que Mercedes Sosa cantó ese tema, de todo el mundo llegan a visitarla para escuchar “el bombo de la baguala” (ritmo andino que se toca con la caja: un tambor de cuero y madera). “Esta fue la primera peña que también sirvió como lugar de encuentro de poetas”, dice Patricia Balderrama, nieta del fundador. Las paredes dan testimonio de ello: las fotos de Jorge Cafrune, Mercedes Sosa, obviamente del ‘Cuchi’ y de Castilla, testimonian el paso de los grandes músicos por allí. Pero ya no hay canal (ahora se llama ‘el paseo de los poetas’) y tampoco, dicen algunos, Balderrama es lo que era. El turismo fue el principio de su fin.
Según los salteños, La Casona del Molino es el último refugio para los folcloristas de cepa, en donde se podrá encontrar lo que llaman “autóctono”. Acuden personas de toda condición social y edad. Van con sus guitarras, bombos, quenas y violines. No son contratados ni visten trajes típicos. No hay un número central. Es solamente gente del lugar que desenfunda sus instrumentos y canta hasta la madrugada.
Las guitarras se pasan de mano en mano. ¿Cómo es que son solo anónimos cantantes, si bien pudieran estar conquistando el país en los escenarios de Cosquín o de Jesús María, los más importantes del país? “Esto es como en el fútbol. Hay montón de gente que es buenísima, pero que no quiso ser profesional y prefiere jugar con amigos nomás. Eso me pasa a mí: yo solo quiero tocar con los amigos”, dice Mario Tervel.
Suena la zamba en la Casona. Una multitud se agrupa donde se escucha “Una joya para mí es el sabor de tus besos”. Es La Yapa, autoría de Jorge Rojas. El delirio se desata cuando está por terminar: “No entiendo por qué razón tu corazón se me escapa / y tu boquita me mata cuando me dices que no / que aparte del corazón, te pido la yapa”. Una yapa que durará solo hasta las 05:00, cuando rige la hora zanahoria, hasta la siguiente noche en una ciudad en que todo es folclore.