La reciente concesión del Premio Príncipe de Asturias de las Letras al cantautor y poeta canadiense Leonard Cohen permite pensar en esa literatura que nació de entre las melodías, las transgresiones y la contracultura del rock.
A pesar de que conectar poesía y canto es una vieja práctica que viene desde la Edad Media, desde la juglaría y las baladas; la premiación a Cohen es algo que quiebra la tradición academicista de estos galardones y más bien apunta hacia la difusión mayoritaria que consiguen la poesía y la literatura a través de la música.
Cohen ha sabido “contar la vida como una balada interminable”, señaló el jurado, y existen antecedentes; pues también estuvo nominado este año al Premio Príncipe de Asturias de las Artes, un galardón que Bob Dylan recibió en el 2007. Ya en 1996, Dylan fue postulado para el Nobel de Literatura, por el profesor estadounidense Gordon Ball, quien argumentaba que este trascendental cantautor “merece la nominación por la influencia mundial que han tenido sus canciones, su literatura”. Y si Dylan introdujo la poesía en el rock; quién puede no decir que Jim Morrison fue un poeta, maldito y decadente: un gran autor, además de cineasta experimental.
Una vez que la poesía pisó el rock fue posible que las letras dejaran solamente de incitar el movimiento convulso de los cuerpos de los oyentes; pues hubo espacio para ideas políticas, para cuestiones metafísicas, para culturas milenarias, para viajes astrales, para hablar de la psicodelia y del ahora que viven las juventudes.
Embebidos e influidos por los simbolistas franceses, por la escritura de Edgar Allan Poe, por el genio y la figura de Dylan Thomas; Cohen, Bob Dylan y Morrison son autores emparentados por los cuatro costados con la generación beat, con sus búsquedas y su estilo. Sus creaciones dialogan con Allen Ginsberg, que despertó a las juventudes con su ‘Aullido’; con Jack Kerouak, que marcó la ruta a seguir con ‘En el camino’; con William Burroughs, que alimentó con ‘El almuerzo desnudo’, con Neal Cassady y con Lawrence Ferlinghetti.
Además, resulta que no solo en las canciones imperecederas de estos artistas (The stranger’s song, Tangled up in blue o The end, por citar algunas) se puede hallar su poética, sino en novelas y poemarios que llevan su firma. Así, en 1971 se publicó la novela experimental de Dylan ‘Tarántula’, narración a manera de monólogo interior. Mientras que los poemas de Morrison han sido compila-dos en ‘Desierto’ y ‘Una oración americana’.
Cohen, quien llegó al rock ya con una obra publicada y sólida, es reconocido por sus libros: ‘Let Us Compare Mythologies’, ‘Flowers for Hitler’ , ‘Beautiful Losers’ y ‘Parasites of Heaven’.
Sin duda, al mencionarlos, estos ‘poetas del rock’ se agigantan mediante las referencias que marcaron en cantautores posteriores. Y así llegan otros nombres: Lou Reed y John Cale, en ese alucinante tándem que construyó el universo de The Velvet Underground; Kevin Ayers en Soft Machine; Tom Waits, Joni Mitchell, Peter Gabriel e Ian Curtis. Está también el eclecticismo de David Bowie, la rebeldía de Bruce Springsteen, la experiencia de Thom Yorke, la incomprensión de Kurt Cobain, quien alguna vez dijo: “Todas mis letras han sido pedazos de poesía y los pedazos de poesía se toman de poemas que comúnmente no tienen significado en primer término”.
Y ello por hablar del rock anglosajón, porque en español la cosa se multiplica con autores que buscan significados, qué buena falta hacen en estos momentos…