Si en el primer poema de ‘No es dicha’, publicación del quiteño Juan Secaira (1971), se dice: “Accidente: posibilidad de un comienzo”; dejo que esta lectura de su libro también se libere accidental.
Accidental como esos instantes de gozo y de confusión en los que el ser cotidiano se aferra a la existencia y a la desesperanza que la construye. Instantes que el autor ha sabido recoger en vocabulario y ritmo en estos textos donde delimita y norma los espacios de su juego creativo.
El juego se hace de fracciones: sensaciones fragmentadas por otras sensaciones que irrumpen en las contemplaciones del poeta sobre espacios y acontecimientos del día a día. Sensaciones que se corresponden con un territorio segmentado, donde un jueves suena a salsa, donde el encierro es posibilidad del ‘trip’, donde las noches se mastican entre la furia, las palabras y las sustancias; solo así, resulta posible robarle victorias breves al vacío o al horror de los días.
Días que junto a la escritura de Secaira se entrevén, se perciben, se imaginan; y que lejos de esa misma escritura son vividos, son afrontados y, también, son desfigurados.
Desfigurados porque la poesía logra revelar que fingir es también un arte ante la existencia, y que no importa -como en el poema de Secaira- que un payaso escupa la verdad, si su público no para de reír.
Risas hay, como gritos hay; pero la lectura de ‘No es dicha’ también se abre a los silencios. Ese silencio necesario para la contemplación donde Secaira se revuelve sobre su subjetividad y recibe los fulminantes tiros del entorno; tras ese trance lírico, el autor regresa a las palabras y con ellas se expresa con descripciones, pero sobre ellas con visiones.
Así se entienden los textos donde el poeta observa y digiere obras de arte (Un Stornaiolo), conciertos de punk, las palabras envenenadas de Enrique Symns, encuentros de fútbol, reuniones con amigos… esos momentos que son esencia y también accidente.