Ya muy cerca del ocaso, cuando la luna se levanta para iluminar la noche quiteña, en un patio del centro de Quito se desplegó una forma dancística que se encontraba entre una poesía sin palabras y un baile que tomaba al cuerpo en todo su ser y lo movía al son del sentimiento. Esto fue lo que el público pudo disfrutar en el escenario de la Carpa de la Paz, en la Casa de la Danza (San Marcos, centro de Quito) en las presentaciones de las coreógrafas Batarita Tarsulat (Hungría) y Lola Lince (México), quienes bailaron danza butoh.
Nacida tras la tragedia nuclear que cobró la vida de miles de personas en Japón, la danza butoh es un estilo de baile nipón que, según la mente de sus creadores, intentaba apoderarse del cuerpo que les había sido arrebatados en la danza clásica.
Sentir a su cuerpo en toda su extensión; mover las manos con una sensualidad que cautiva; reflejar en el rostro la angustia y la gloria que se vive al bailar, son solo unos pocos detalles que salían a la luz cuando se veía a Lince y a Tarsulat realizando su danza butoh.
Cada una con elementos propios de su cultura, ellas parecían estar conectadas por un mismo sentir. Mientras que el baile de Lince era una mezcla exótica entre la sobriedad japonesa y la fiesta mexicana, Tarsulat mostraba la desesperación del consumismo europeo. Dos artistas que danzan por la libertad.
Para la organizadora del festival, Susana Reyes, el tener la presencia de un elenco internacional de tan alto nivel ha brindado nuevas luces al evento. “No solo es la oportunidad de brindar buena danza al público. Estos artistas traen algo nuevo a nuestra danza”, señaló Reyes. Para ella, ha sido un festival de gran altura.