En 1966 Don Carpenter publicó su primera novela, ‘Dura la lluvia que cae’. Nacido en 1931 en Berkeley, California, hasta entonces se había desempeñado como profesor de Literatura inglesa tras graduarse a principios de los 60 en la Universidad Estatal de San Francisco. No fue una novela particularmente exitosa, pero le permitió acercarse a Hollywood, escribir un buen número de guiones, entre ellos el del film Payday, de muy buena crítica pero de escasa repercusión entre el público, e ir dando a conocer un puñado de novelas y algún libro de cuentos.
Olvidada durante casi cincuenta años, fue reeditada en EE.UU. con los auspicios del New York Review of Books y traducida al castellano con un breve prólogo de George Pelecanos, quien sostiene que el opus de Carpenter “no es tan solo una buena novela. Puede que estemos ante la novela norteamericana más importante e ignorada de los años sesenta”.
En aquella década, particularmente convulsa, tuvo lugar el debut de autores como Ken Kesey, y se diseminó el hálito revulsivo de los poetas y narradores beatniks, surgidos en la década anterior, que marcaría a toda una generación. Algunos hitos pusieron a prueba una cultura conservadora y conformista, y que la ayudaron a cambiar para siempre. Carpenter, al menos en ‘Dura la lluvia que cae’, fue un escritor que dio testimonio de un estado de cosas en el que hombres y mujeres se hallaban colocados ante sí mismos en la más absoluta desnudez. Si hoy la novela parece tener una vigencia demoledora, no es solo por su narrativa, sino porque además sus criaturas siguen estando en cualquier lugar del mundo.