La herida sigue abierta y Günter Grass la revolvió con su pluma. Al publicar un poema contra la política israelí, el premio Nobel de 1999 volvió a encender la polémica por su pasado nazi. Pero también desnudó los estigmas que sigue afrontando Alemania por el Holocausto.
“Israel, potencia nuclear, pone en peligro una paz mundial ya de por sí quebradiza”, lanza Grass en un poema titulado: ‘Lo que hay que decir’ y publicado simultáneamente en varios diarios del mundo. El novelista de 84 años denuncia el creciente poder nuclear israelí, que ve “fuera de control, ya que es inaccesible a toda inspección”, y arremete contra el supuesto derecho a un ataque preventivo que podría “exterminar al pueblo iraní”.
El poema, publicado entre otros por el diario alemán Süddeutsche Zeitung, el estadounidense The New York Times y el español El País, reabrió el debate sobre el polémico pasado de Grass, que en el 2006 reconoció haber sido miembro de las Waffen-SS, las fuerzas de élite del Régimen nazi, cuando tenía 17 años. Comentaristas criticaron que el autor equiparara a Israel e Irán en su poema. La Embajada israelí en Berlín inscribió el texto en la tradición del antisemitismo europeo y señaló que “Israel es el único país del mundo cuyo derecho a existir se pone públicamente en duda”.
Lo que hay que decir
De: Günter Grass
Por qué guardo silencio, demasiado tiempo,
sobre lo que es manifiesto y se utilizaba
en juegos de guerra a cuyo final, supervivientes,
solo acabamos como notas a pie de página.
Es el supuesto derecho a un ataque preventivo
el que podría exterminar al pueblo iraní,
subyugado y conducido al júbilo organizado
por un fanfarrón,
porque en su jurisdicción se sospecha
la fabricación de una bomba atómica.
Pero ¿por qué me prohíbo nombrar
a ese otro país en el que
desde hace años —aunque mantenido en secreto—
se dispone de un creciente potencial nuclear,
fuera de control, ya que
es inaccesible a toda inspección?
El silencio general sobre ese hecho,
al que se ha sometido mi propio silencio,
lo siento como gravosa mentira
y coacción que amenaza castigar
en cuanto no se respeta;
“antisemitismo” se llama la condena.
Ahora, sin embargo, porque mi país,
alcanzado y llamado a capítulo una y otra vez
por crímenes muy propios
sin parangón alguno,
de nuevo y de forma rutinaria, aunque
enseguida calificada de reparación,
va a entregar a Israel otro submarino cuya especialidad
es dirigir ojivas aniquiladoras
hacia donde no se ha probado
la existencia de una sola bomba,
aunque se quiera aportar como prueba el temor…
digo lo que hay que decir.
¿Por qué he callado hasta ahora?
Porque creía que mi origen,
marcado por un estigma imborrable,
me prohibía atribuir ese hecho, como evidente,
al país de Israel, al que estoy unido
y quiero seguir estándolo.
¿Por qué solo ahora lo digo,
envejecido y con mi última tinta:
Israel, potencia nuclear, pone en peligro
una paz mundial ya de por sí quebradiza?
Porque hay que decir
lo que mañana podría ser demasiado tarde,
y porque —suficientemente incriminados como alemanes—
podríamos ser cómplices de un crimen
que es previsible, por lo que nuestra parte de culpa
no podría extinguirse
con ninguna de las excusas habituales.
Lo admito: no sigo callando
porque estoy harto
de la hipocresía de Occidente; cabe esperar además
que muchos se liberen del silencio, exijan
al causante de ese peligro visible que renuncie
al uso de la fuerza e insistan también
en que los gobiernos de ambos países permitan
el control permanente y sin trabas
por una instancia internacional
del potencial nuclear israelí
y de las instalaciones nucleares iraníes.
Solo así podremos ayudar a todos, israelíes y palestinos,
más aún, a todos los seres humanos que en esa región
ocupada por la demencia
viven enemistados codo con codo,
odiándose mutuamente,
y en definitiva también ayudarnos.