Paul Gauguin (París, 7 de junio de 1848 – Atuona, Islas Marquesas, 9 de mayo de 1903) era un aventurero irreverente, pero también un romántico. Dejó una vida holgada, esposa e hijos en su cuidad para ir en busca de su paraíso personal.
Creía que la sociedad Occidental estaba contaminada y que mientras más alejara más inocencia y autenticidad encontraría.
Sentía que el arte estaba estancado, degenerado. El Impresionismo, la corriente de la época, era demasiado realista y visual para él, un estilo sin sentimientos. Él, que era un temperamental, pensaba que no se debía representar un instante de la realidad sino las sensaciones que esta producía.
Eligió Tahití porque había leído a Bougainville y su descripción de que aquello era “un edén en la tierra”, por sus conexiones con Francia (era colonia gala) y sobre todo porque estaba muy, muy lejos de lo que él conocía.
“La exposición intenta entrar en un momento en el que hay interés por las culturas no contaminadas por la civilización Occidental como un modo de salir de la crisis existencial y creativa de los artistas y escritores”, explica Paloma Alarcó, comisaria de la exposición ‘Gauguin y el viaje a lo exótico’, que se exhibe hasta enero en el Museo Thyssen Bornemisza de Madrid.
El hilo conductor de la muestra es el pintor francés, cuya influencia llega a concepciones más etnográficas, a los expresionistas alemanes e incluso al fauvismo de Henri Matisse.
La exposición comprende 111 obras y suman la composición de artistas Emil Nolde, Wassily Kandinsky, Paul Klee, Franz Marc, entre otros. Sus obras han sido cedidas por el Museo de Arte Moderno de Nueva York, el Albertina de Viena o el Pompidou de París.
Estos pintores buscaban en ‘lo primitivo’ alejarse de las pautas académicas del arte. Gauguin fue el primero en romper con todo.
Antes había recibido la inspiración de Delacroix, quien con sus ‘Mujeres de Argel en un interior’ (cuadro que inicia la exposición), plasma por primera vez una visión de Oriente sin los estereotipos de Occidente.
Fue Gauguin quien renovó el lenguaje creativo a finales del siglo XIX y principios del XX.Aunque muchos escaparon de la sociedad moderna en busca de lo exótico, de la inocencia perdida y de aventuras, ninguno plasmó mejor esa búsqueda como él.
Paloma Alarcó recorrió la exposición con la corresponsal de EL COMERCIO y escogió cinco obras claves para entenderla.
Una vida difícil
Gauguin era un hombre atormentado, insatisfecho, radical y antitodo. Tuvo problemas con la justicia tanto en Francia como en Tahití. Murió poco antes de ingresar a la cárcel por denunciar el trato de los colonos hacia los nativos. Incluso intentó convencer a las familias a no llevar a sus niños al colegio para evitar que reciban una educación francesa. Era un elemento perturbador para los franceses. Sus cuadros se empezaron a vender muy tarde y alcanzaron la cúspide tras su muerte.
Parau api (¿Qué hay de nuevo?), 1892 (izquierda)
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“Este cuadro marca el inicio de la estancia de Gauguin en Tahití. Nos muestra dos mujeres descansando en la entrada de su cabaña. Es completamente sintética, sin perspectiva, de formas simplificadas y colores antinaturales. Con una esquematización formal, radical, de bordes muy delineados, plasma su interés por el mundo maorí. Una vez en Tahití constata que el paraíso que buscaba no existía y decide imaginárselo; ve que la cristianización había erradicado los ritos de los tahitianos, entonces Gaughin los recupera a través de la pintura”.
Mata Mua (Érase una vez), 1892
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“Esta pintura aparte de representar el paisaje exótico de la isla, con el mango, el cocotero, las montañas volcánicas… muestra a unas mujeres bailando alrededor de un ídolo. Este no existe, ha sido inventado por Gauguin. Para ello se nutre de escritos anteriores a su llegada. Detrás de estas mujeres hay otras sentadas plácidamente al igual que en ‘Parau api’. Con ello nos da a entender que existe un estado primigenio, utópico y arcádico, aunque realmente nunca lo encontró. Es interesante ver cómo Gauguin quiere por un lado devolver a los nativos sus costumbres, ídolos y danzas a través de la pintura, y por otro imagina a un Tahití anterior a la civilización, como si se tratara de una antigua arcadia, un jardín del Edén y eso va a impresionar mucho a los jóvenes que vendrán después de él”.
Muchacha con abanico, 1902.
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“En la época circulaban masivamente por París postales coloniales que daban a conocer a las sociedades de otros mundos. Pero en Gauguin no había el interés de los exploradores, él se ponía del lado del nativo, se mezclaba. La muchacha del abanico es Tohotaua, una marquesana que interesa mucho a Gauguin por ser pelirroja. Primero le pide a su amigo Louis Grelet que la fotografíe. Él la pinta modificada, mucho más abstracta y la convierte en una diosa eterna. Juega con la verdad y la mentira. La vincula con las leyendas de las mujeres tabú”.
Verano en Nidden, 1919-1920. Max Pechstein.
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“Una parte de la exposición se centra en explicar cómo Gauguin ofrece un nuevo canon a los artistas jóvenes de principios del siglo XX, sobre todo en la manera de representar el cuerpo y las posturas. Él rompe con la estabilidad académica. Este cuadro de Pechstein ambientado en el Báltico lo representa con un paisaje tropical, no con mujeres alemanas sino con nativas. La postura de las espaldas es similar a la forma como Gauguin plasma el cuerpo humano. Son posturas desinhibidas, antiacadémicas, con la espalda vuelta hacia el espectador; de una forma que nunca se había hecho hasta entonces, lo cual va a fascinar a los alemanes. También está el desnudo del paisaje, que significa sintonía con la naturaleza, volvemos a la visión idílica”.
El Sueño, 1914. Franz Marc.
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“Marc pinta este sueño en pleno desarrollo de las corrientes expresionistas en Alemania. Los cuadros y escritos de Gauguin empiezan a entrar en ese país a inicios del siglo XX. E influyen tanto en los expresionistas de Dresde -el grupo Die Brücke (El Puente), como en los de Munich: el grupo Der Blaue Reiter (El Jinete Azul)-. Marc pertenece a éste último al igual que Kandinsky. Se caracteriza por ser un expresionismo muy espiritual y lírico. Gauguin les da las claves en la parte visual y formal. No cabe duda que los colores antinaturales y las formas sintéticas de este cuadro son suyas. Y también les da ese paraíso que buscan. Marc se refugia en los Alpes bávaros y desnuda el paisaje, forma de los expresionistas de mostrar la búsqueda de los orígenes.