En el segundo piso de un edificio en Quito se reúnen para evaluar los logros y los nuevos retos que resultaron tras 11 semanas de trabajo por el arte y el medio ambiente en las islas Galápagos. El compartir de ideas deviene en la formulación de alternativas de gestión, pero, sobre todo, en la evocación de vivencias, la recreación de momentos y de sonrisas.
Sol Gómez, Pablo Gamboa, Daniel Carvajal y Stalin Coronel, artistas, se sueltan a la charla. Los acompaña María Consuelo Tohme, directora de Arteducarte. El programa cumplió su tercera edición en isla Isabela, con una labor redonda con los alumnos de las escuelas Mentor Gamboa, Odilio Aguilar, Jacinto Gordillo y Cornelio Izquierdo. Mientras los escucho constato que arte es una palabra y un concepto que ya no resultan extraños en el archipiélago, se integró a la cotidianidad de los niños y, por ello, arte suena a futuro, a un mejor futuro.
¿Cómo se consiguió eso? Trabajando de manera súper abierta hacia el desarrollo de la creatividad, más que al de la técnica; construyendo un aparataje lúdico que genere experiencias más que objetos; posibilitando un espacio no tradicional ni normalista, para un aprendizaje distinto; trazando conexiones que trasciendan lo académico.
Una canción de Drexler sonó en Isabela para que los chicos reflexionaran sobre el crecimiento poblacional y la optimización de recursos; pensar y sentir el movimiento fue parte de los estudios sobre el sistema solar. La basura se convirtió en material de arte no solo para conseguir una máscara o un objeto, sino para reforzar los valores y darnos una segunda oportunidad con la naturaleza.
Con el apoyo de voluntarios, a quienes los artistas agradecen, fluyeron las experiencias en el aula. No se trataba de una clase donde primase la acción-reacción, sino donde el diálogo fue la vía hacia el acuerdo. Además estaba el potencial de los chicos, un interés genuino por el arte y su alto desarrollo motriz y estético.
Superando algunos obstáculos, Arteducarte encontró ojos y oídos a sus propuestas. Con fondos públicos, privados y el apoyo de instituciones de la isla, el proyecto pudo conllevarse. Si en un inicio fueron apenas cuatro semanas de intervención en la isla, en el último año se aumentó el tiempo de estancia. Tras vencer el aislamiento y la extrañeza de ser visitantes en un territorio que maneja códigos distintos a los del continente, artistas y voluntarios se hicieron parte de la comunidad.
Siempre hubo apertura -dicen-, ahora lo importante es la continuidad del programa, que lo conseguido no se disperse durante el periodo que ellos no están en las islas. Para ello ya se hacen esfuerzos por conseguir y capacitar a actores locales, gente de ese medio que se vincule, tome el riesgo y se lance a por el arte, como vía y eje de desarrollo.
Talleres familiares, capacitación a docentes, visitas guiadas y una exposición final son algunas de las estrategias de acercamiento con la comunidad; tácticas donde los niños asumen el liderazgo del colectivo, hablando, seguros, con la población adulta. La muestra de los trabajos también resultó en una actividad enriquecedora: los muchachos viendo sus obras en un espacio de exhibición especial, sintiéndose dignos y orgullosos de lo hecho, es una imagen que mueve emociones.
El bichito ya picó a la población de Isabela, ahora tan solo se espera que la bola de nieve crezca, para que la gente que habita las Galápagos conozca la belleza que posee y sepa cómo cuidarla.
El arte puede ser cuestión de fe o de experiencias posibles, acaso una fascinación por lo inútil, pero en Arteducarte está para cambiar vidas, para entender el entorno y comprendernos parte vital de él. Para eso está el arte; ese arte que ya no es raro, sino cercano y familiar, una realidad en ese pedazo de mundo rodeado de mar.