Si alguien le pregunta a la productora estadounidense Julie Belafonte qué tienen en común Santiago de Cuba, Nueva Orleans, Salvador de Bahía, El Chota y Esmeraldas, casi sin pensarlo responde: “Ese aislamiento que viven sus comunidades negras”. Y es cierto, pero esa es solo la mitad de la compleja historia que ella y Pablo Palacios cuentan en sus documentales. En ellos también se muestra el orgullo de los negros por su origen, y un ritmo vibrante y contagioso.
A inicios de esta semana, Belafonte, quien es presidenta de la productora Cimerron Cinema, aterrizó en Quito para continuar con las gestiones que permitirán que el cuarto documental sobre la negritud, en diversas partes del mundo, se concrete. Junto al director ecuatoriano Pablo Palacios ya han trabajado en Cuba, en Nueva Orleans y en Brasil, lugar al que volverán una vez más para completar el documental y luego dedicarse por completo al proyecto en Ecuador.Defensora de los derechos civiles de vieja data, está involucrada con pasión en este proyecto porque ha vivido en primera persona la discriminación. En su niñez y adolescencia por su origen judío y después por haber estado casada con el cantante y activista Harry Belafonte, quien es negro. “Cuando nació nuestro primer hijo y buscábamos apartamento en Manhattan, y nadie quería arrendarnos uno. Solo gracias a la intercesión de Eleonor Roosevelt (entonces Primera Dama de EE.UU.) pudimos encontrar el apartamento donde luego vivimos por 40 años”, cuenta la productora sin ocultar su desazón.
En los tres documentales que ya ha producido Cimerron, el propósito es el mismo: mostrar cómo la esclavitud afectó la cultura y sigue afectando a las sociedades contemporáneas, pero también rescatar la resistencia de perder su identidad de las comunidades negras .
La primera experiencia fue en Cuba, con ‘Ritmo de fuego’; la segunda en Nueva Orleans, con ‘Banderas, plumas y mentiras’; el documental de Salvador de Bahía (Brasil) aún no está terminado. En las tres se muestra l las manifestaciones artísticas de los afrodescendientes relacionadas con el baile y la música. Así el espectador descubre a los Mardi Grass Indians de Nueva Orleans, a los santeros o muerteros de Cuba y a los practicantes de la religión yoruba en Salvador.
Si bien la palabra racismo no pasa explícitamente por los documentales de Belafonte y Palacios, sí se deja sentir. “¿Esta situación difícil que viven los negros en todas partes es consecuencia del racismo?”, es la pregunta retórica que se hace Belafonte.
En el Chota y Esmeraldas, como en los documentales anteriores, el propósito es anclarse en las manifestaciones musicales de las comunidades negras, para desde ahí ir leyendo y contando su historia, sus alegrías y dramas cotidianos. En el Chota será todo lo que gira alrededor de la bomba y el trabajo de la cooperativa de mujeres que empezó haciendo máscaras y ya tienen una línea completa de artesanías; en Esmeraldas, la marimba disparará la historia.
En todos los casos, la idea es rescatar esas expresiones artísticas que hablan de una identidad muy fuerte, que no está siendo comunicada de una forma tradicional (a través libros de historia, por ejemplo), sino que es casi como un desbordamiento colectivo, muy creativo e inconsciente.
El propósito es mostrar estas historias a la gente que no está consciente de esta situación.
Palacios concluye: “Estamos hablando de resistencia cultural, pero de una manera poética, porque su manifestación también es poética; son formas muy creativas de resistir. Es un reto mantener sus costumbres y su comunidad vivas”.