A 100 años de su nacimiento y 30 de su muerte (que se cumplen hoy, 12 de febrero), el nombre de Julio Cortázar ha alcanzado cimas hasta ahora solamente tocadas por el divino Dante. Sin conocer los orígenes de una palabra (como corresponde a las leyes del lenguaje) las personas suelen referirse a lo ‘dantesco’ como sinónimo de algo terrible, infernal.
Algo parecido escuché la semana pasada en un programa radial argentino. La entrevistada se refería a la situación actual de dicho país como en el cuento ‘La casa tomada’ de Cortázar. La historia de una pareja de hermanos (ella y él) cuya casa va siendo lentamente tomada por seres extraños. Ahora, en la realidad, lo que va desalojando soterradamente de su casa a la pareja de clase media argentina es la inflación, la devaluación monetaria y, ya en la calle, no les queda más remedio que tirar la llave en la alcantarilla.
Sin lugar a dudas, esto habla de que la obra de Cortázar ha penetrado, más allá de la literatura, en todo el edificio cultural de la Argentina. Sin embargo, no todo es miel sobre hojuelas en el oficio de la escritura. En los últimos tiempos ha surgido una crítica adversa contra Cortázar. Hay quienes consideran a su literatura como algo menor, humorismo para jóvenes, travesuras para iniciar a los adolescentes en la lectura.
Desde luego, no estoy para nada en contra de las travesuras y mucho menos del humor. Pero es inadmisible esa visión sesgada y reduccionista que limita una obra a un solo ojo, menguándola de los mil ojos de Argos como precisamente buscaba Cortázar. Algo parecido a lo que ocurrió con nuestro Pablo Palacio, cuando se le asignó el membrete de humorista.
En el año 2009, en la Universidad de Austin, dicté una conferencia cuyo título era: ‘Cortázar: precursor de Pablo Palacio’. Es verdad que el anuncio tendía a causar cierto malestar en los amantes de la cronología con cinta métrica. Pero el objetivo, además de válido, era estético. Se trataba de demostrar cómo la literatura del argentino había otorgado nuevos códigos para leer y valorar a nuestro compatriota; de demostrar que el humor, la novela fragmentada, las travesuras e irreverencias que hicieron famoso mundialmente a Cortázar en los años 60 ya estaban en la obra de Palacio 30 años atrás. ¿Entonces, copió Cortázar a Palacio? Tampoco. No exageremos muchachos. El arte se mueve por otros canales. Está mucho más allá de la humillación del tiempo.
Leamos lo que dice Palacio al respecto, en ‘Vida del ahorcado: “¡Eh! ¿Quién dice que crea? El problema del arte es un problema de traslados. Descomposición y ordenación de formas, de sonidos y de pensamientos. Las cosas y las ideas se van volviendo viejas. Te queda solo el poder de babosearlas. ¡Eh! ¿Quién dice que crea?”.
Si Rubén Darío trajo la musicalidad del francés a la poesía escrita en español, Cortázar trajo mundo, bohemia, jazz, poesía a la narrativa latinoamericana. Si para emular a Hemingway había que soñar con poseer un yate o ir de cacería al África, con Cortázar aprendimos que para ser universales y contemporáneos era necesario tener un cuarto de arriendo, un viejo tocadiscos, acetatos de jazz y una muchacha dispuesta a creer en nuestro amor.
“Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara (…) y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja”. Texto y metatexto, como ocurre con este capítulo 7 de ‘Rayuela’. Empeño creativo que lo aproxima a los grabados de Escher, a las paradojas matemáticas de Gödel o Bertrand Russell y, por supuesto, a la música de Bach. Arte que se contiene y se inventa a sí mismo.
En contra de sus detractores, diré que gracias a Cortázar aprendimos a percibir un mundo que estaba más allá o más acá de la lógica aristotélica y de la geometría euclidiana. Optamos por la excepción y no por la regla. Aprendimos que la poesía era la mejor arma contra las epistemologías oficiales.
Exactamente hace 30 años, el 12 de febrero, por la radio me enteré de que había muerto Julio Cortázar. Entre mis libros busqué ‘La Patria’, uno de sus poemas que más quiero y cuyos versos finales comparto con los lectores: “Te quiero, país, pañuelo sucio, con tus calles/cubiertas de carteles peronistas, te quiero/sin esperanza y sin perdón, sin vuelta y sin derecho,/nada más que de lejos y amargado y de noche”.
Oñate es escritor y catedrático. Hizo estudios doctorales en Barcelona.
La frase
“Y sé muy bien que no estarás./No estarás en la calle,/(…)/ni en el gesto de elegir el menú,/ni en la sonrisa que alivia”.
Julio Cortázar fragmento del poema ‘El Futuro’