Los entendidos en la materia han dicho que esta es la Bienal de Cuenca mejor curada de los últimos años. Los entendidos en arte contemporáneo, sobre todo, cuyos cánones escapan muchas veces a las lógicas de los mortales.
Si bien el concepto de arte contemporáneo es amplio y puede dar cabida a casi todo; hay parámetros de rigor/oficio artístico que ninguna idea, por espectacular que sea, puede sustituir. La factura y/o puesta en escena sigue sosteniendo a la obra de arte (en el formato y soporte que sea). Y cuando no da la talla en eso, entonces no es arte, sino un discurso ingenioso, una declaración de principios, o una excelente idea…
Por eso el resultado de la curaduría de Jacopo Crivelli y Manuela Moscoso es en general interesante, pero, como toda obra humana, tiene sus cimas y sus simas. Irregular puede ser el adjetivo que mejor describa al conjunto.
Las hay impecables y potentes, como las del quiteño Adrián Balseca o la del albano Adrián Paci. Las hay pobres (por su factura), como la del chileno Felipe Mujica, la del cuencano Juan Pablo Ordóñez o la del mexicano Jorge Satorre; ojo, que no están inscritas en la línea del ‘arte povera’. Todas ellas buenas ideas, que lastimosamente no cuajan como arte, por más que la definición de este término haya cambiado tanto los últimos 100 años.