El rostro enjuto, el cabello cano revuelto, una media sonrisa y los ojos vivaces, así presenta un breve retrato al lingüista y lexicógrafo Carlos Joaquín Córdova; pero lo mejor escapa de la fotografía, su palabra ágil y su mente lúcida, lo mejor escapa de la fotografía porque el genio no puede ilustrarse sino con el trabajo asiduo del estudioso y la erudición del académico.
Ahora que el doctor no está, que dejó este mundo a los 97 años, es necesario volver a su palabra, a su defensa del idioma, a su entrega por el castellano; volver a sus libros y a sus estudios. Sus colegas en la Academia Ecuatoriana de la Lengua mantienen de él la imagen del caballero sensato y eminente, el recuerdo de su generosidad y de su inteligencia.
Córdova fue director de la Academia, cargo del que se retiró en el 2008, año en el que se publicó la segunda edición de ‘El habla del Ecuador. Diccionario de ecuatorianismos’, su mayor obra y a la que dedicó largo tiempo de investigación. Una primera edición vio la luz en 1995, entonces el compendio lexicográfico reunió voces, alocuciones y frases, en más de 6 100 entradas, publicadas en dos volúmenes. Para la reedición se contó con alrededor de 10 000 entradas y la publicación se sumó a tres tomos.
Curuchupa, chuchaqui y muspa son solo tres de las miles de palabras que Carlos Joaquín Córdova fue juntando en ejercicios de escucha de la cotidianidad; a los términos se adhirieron frases tan propias como ‘A calzón quitado’… Además del léxico, ‘El habla del Ecuador’ trabaja sobre la información lingüística, traza una guía histórica y apunta una importancia sociológica. Asimismo, este trabajo fue reconocido como de gran ayuda para el Diccionario de Americanismos, que la Asociación de Academias de la Lengua Española presentó en el 2010.
Córdova fue también un gran lector. Lo demostró en la presentación de la edición conmemorativa de ‘Cien años de soledad’. “En ‘Cien años de soledad’ hay un siglo entero de alegrías mezcladas con tragedia, guerra, dolor, muerte. En sus nutridas páginas plenas de pensamiento y sentimiento el ánimo del lector se sobrecoge y emociona sin pausa y encuéntrase preso de avidez por saber el final, siempre lejano y repleto de escenas y escenas cada vez apasionantes y ricas en el devenir de sus protagonistas, todos dueños de ánimo sobresaliente y pasiones intensas. Los Buendía son la humanidad con su sonrisa, sus lágrimas”, leyó.
Como defensor de la pureza del idioma castellano, estudió las influencias que el inglés ha tenido sobre el castellano en Ecuador, con textos como ‘Un millar de anglicismos’. En una entrevista con EL COMERCIO, Córdova ponía un ejemplo de esta influencia lingüística: “La palabra oquey, por ejemplo. Tal palabra entró en el vocabulario del Ecuador luego de la Segunda Guerra Mundial. Antes de eso nadie la decía. Ahora, en el campo, los trabajadores usan oquey en su habla común”.
El Diccionario de la Literatura Ecuatoriana dice que la Academia Ecuatoriana de la Lengua “constituye la más alta y respetable entidad cultural debido a la importancia de quienes la conforman; a ella han pertenecido y pertenecen ínclitas figuras de la intelectualidad, cuya obra recomienda la admiración de las generaciones”. Entre esas figuras resalta el nombre de Carlos Joaquín Córdova, quien con picardía solía comentar: “Soy un cuencano trasplantado a Quito, pero aún hablo con la ‘ll’ de Cuenca, que es la manera correcta de pronunciarla en castellano”.
HOJA DE VIDA
Carlos Joaquín Córdova
Nació el 22 de abril de 1914, en Cuenca, Ecuador.
Sus estudios primarios, secundarios y universitarios (en Derecho) los realizó en su natal Cuenca. En 1946 interrumpió su carrera universitaria para ir a trabajar casi dos años en la Shell (Oriente ecuatoriano).