Páginas fotocopiadas compiladas dentro de tapa y contratapa de cartón, con una ilustración vistosa, que utiliza diversos recursos, desde la acuarela hasta el collage. El contenido, sobre todo alternativo, hecho de formas y lenguajes experimentales o propuestas poco conocidas. Ese es el producto que conciben, realizan y ponen en circulación las editoriales cartoneras, una tendencia que se extiende desde México hasta el extremo sur para difundir la palabra escrita, en busca de lectores.
Washington Cucurto (Santiago Vega) es quien pateó el copo en el 2003, desde el barrio La Boca, en Buenos Aires; copo que ahora es una bola de nieve avanzando con diferentes estilos, autores, géneros y estrategias.
Corpulento, pero fatigado por la altitud, Cucurto anduvo por la Feria Internacional del Libro de Quito (cita que hoy llega a su fin). Allí lo encontramos y él, lidiando con la falta de aire, nos suelta un breve recorrido de su experiencia con Eloísa Cartonera. “Comenzamos en plena crisis argentina, juntando cartones en las calles o tratando con los cartoneros; cortando los libros, fotocopiando los textos, haciendo pequeñas tiradas, publicando lentamente y vendiéndolos nosotros mismos”.
Ahora están por cumplir 10 años, ya tienen su propia cartonería y máquinas de imprenta; pero jamás se imaginaron la multiplicación que su idea ha tenido por Latinoamérica, al inicio fue como un ‘hobby’, como un intento de publicar sus propias creaciones.
La idea fue transportada al Ecuador por Víctor Vimos, poeta y gestor riobambeño, quien tras una conversación con el escritor Edwin Madrid se enteró de lo hecho por los argentinos. Pero un contacto más directo se entabló con Sarita Cartonera, de Lima. Allí, por intermedio de Gabriela Falconí, conoció los talleres y las dinámicas de trabajo para con los libros y los autores.
Entonces, Vimos y Falconí se juntaron con los artistas plásticos Eduardo Llumisaca y Edwin Lluco para dar forma a Matapalo. Eso fue en el 2007, ahora manejan colecciones de narrativa, poesía y literatura infantil; además de llevar su idea y su trabajo a sectores sociales (comunidades campesinas, personas privadas de libertad, redes de jóvenes y barrios).
El trabajo de Matapalo ha sido reproducido -con sus propias propuestas- por otros colectivos ecuatorianos, como Camareta, en Guayaquil, y Murcielagario, Quito. En la Feria, Nelson Fabricio Bodero, de Camareta, y Agustín Guambo, de Murcielagario, promocionaron sus productos; esta última editorial presentó su colección ‘Media Jaba de Poetas’. El estand de la editorial independiente Jaguar les echó una mano.
Por esos espacios también está, hasta hoy, Delahogadoelsombrero, proyecto cartonero que surgió hace cinco meses en Cali, tras recibir la idea y un libro obsequio de Víctor Vimos. El colombiano Andrés Vicuña explica que para publicar con ellos el proyecto debe cumplir algunas condiciones: “Nosotros debemos reciclar el cartón. Los autores deben ser poco conocidos. El texto debe tener una hermandad con la imagen”.
El equipo de Delahogadoelsombrero lo conforman seis personas, entre quienes hacen el diseño, la diagramación, la comunicación, y toman las decisiones editoriales. El proceso de edición y publicación es por invitación al autor o por convocatoria; al escritor se le da un porcentaje de libros y no se le cobra nada.
¿Es el libro artesanal un libro marginal? Esta fue la pregunta que guiaba un conversatorio de la FIL Quito. Cucurto y Vimos coinciden en la respuesta: No. Para el argentino el artesanal es un libro más y una forma más de hacer las cosas. “ Lo alternativo no tiene que ser marginal, sino que tiene otro público y otros valores de ver la literatura y la vida”, dice.
Vimos concuerda, pero lleva el asunto más allá. Él señala que el calificativo de marginal es una etiqueta; su público es otro, no el que está cautivo por la grandes editoriales. Matapalo busca integrar a niños del campo, amas de casa, obreros: un acercamiento a la lectura para quien no tiene acceso al libro.
Esa distribución por circuitos alternativos y la acción social que conlleva la difusión del libro y la lectura, hace que estos proyectos también asuman un rol político. Para Vicuña, la postura política es “libertad”. “Con esto no esperas a que te publiquen y que haya una transacción monetaria. La cartonera piensa que cada uno puede hacer su libro, salir a la calle y hallar a otro, intercambiarlo, como un beso o un abrazo; con eso llegas al pensamiento de otra persona y eso es políticamente activo”.
La proliferación de las cartoneras, para Vimos, debe ser llevada con honestidad, para algunos es una forma de autopublicarse, promocionarse y hacerse de invitaciones. Él comprende esta labor, de libros y talleres, como una herramienta social.
Otros casos en la región
La incidencia social de este tipo de editoriales llega también a la gente privada de libertad. Un ejemplo de ello es la argentina Ediciones Me muero muerta.
Sarita Cartonera es una editorial afincada en Lima, que publica literatura peruana y latinoamericana. Tienen títulos de Santiago Roncagliolo, Ricardo Piglia, Fernando Iwasaki.
En Chile está Animita Cartonera quienes realizan talleres y publican libros con un fin social, cultural y artístico
Yerba Mala es una editorial boliviana de difusión local, allí también esta Mandrágora. En Paraguay existen Felicita Cartonera y Yiyi Yambo.