De Mauricio Bueno (Quito, 1939), casi todo está por decirse… Como uno de los fantasmas de niebla que habitan su obra pictórica (y su casa, según cuenta sonreído), Bueno ha estado sin estar en la escena artística contemporánea del Ecuador. Velado tras la fachada de profesor de arte, diseño o arquitectura; oculto tras la indiferencia de quienes no comprendieron su obra hace 30 o 40 años; exiliado inmerecido de la divulgación artística (la que pasa por los medios también), Bueno está de vuelta para que una retrospectiva de su obra hable por él.
Entre los entendidos en arte, él no es sinónimo de premios (aunque los ganó) ni de amistades importantes (que también las tuvo), sino de ruptura y de búsqueda insaciable. Como dice el poeta cuencano y crítico de arte Cristóbal Zapata, Bueno fue “el pionero del arte contemporáneo del Ecuador. Emprende un diálogo interesante en un momento temprano de nuestro arte, con exposiciones que siguen teniendo vigencia dentro del arte conceptual, el land-art. Es un adelantado en lo que entonces se llamaba ‘art and technology’, lo que ahora sería el ‘high tech art’”.
El adolescente que solo pensaba en correr (el atletismo era su único interés) se convirtió sin que él mismo pueda explicarlo en “nuestro primer artista que incursiona en una de las más sugestivas vertientes del conceptualismo”, en palabras del conocedor y crítico Marco Antonio Rodríguez. Antes de eso, pasó por la experimentación en arquitectura y diseño en Bogotá y por las largas jornadas de trabajo creativo bajo la mirada del artista húngaro György Kepes en M.I.T . (Massachusetts Institute of Technology).
Así, Bueno entró en los años 70 en los terrenos del arte desde la instalación y luego se decantó hacia la pintura. Que dice que es lo que más le gusta hacer, porque “es lo más cercano al amor, a la vida”; que es básicamente lo que sigue haciendo, sin exponer nunca, pero sin parar. También maquina, pero en el buen sentido; ayudado de un cuaderno, bocetea proyectos que casi nunca ven la luz. Como los seis que el espectador que visite la muestra ‘Horizontes variables’, en el CAC, podrá ver. Él todavía no pierde la esperanza de que se materialicen: un mirador en espiral en la 24 de Mayo o un puerto, en honor a Colón, que se eleva hacia el cielo…
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Esos son sus proyectos actuales. Aquellos con los que irrumpió en la escena local tenían menos volumen pero un impacto mucho mayor. Entre finales de los 70 e inicios de los 80, Bueno decidió regresar a Quito y lo hizo con sus cuadros sin personajes, sin paisajes, sin reivindicaciones… Con su arte, se plantó en esta tierra –que dice que le llama, razón por la cual no volvió a Estados Unidos a hacer carrera y fortuna– y cumplió con el refrán: no fue profeta.
De esa época le quedan dos recuerdos: la vez que Guayasamín, muy amigo de su padre y suyo, visitó su casa para ver su obra, “fue el único que lo hizo”; y cuando tras haber ganado un premio, la parroquia artística local lo convocó para hablar con él: “Estaban bravos conmigo porque yo era extranjerizante, porque mi trabajo no era ecuatoriano… El único que me defendió ese día de alguien que me quiso pegar, fue (Oswaldo) Viteri, que lo impidió”.
Lo ‘extranjerizante’ y ‘no ecuatoriano’ confabulaban desde las propuestas innovadoras –y seguramente poco conocidas en estos lares– de Bueno, que jugaba con los elementos, el agua, sobre todo, y la ciencia; con la intención de desafiar ‘la realidad’. Esta etapa de su producción es la parte más lúdica de la muestra en el CAC.
Como dice uno de sus contemporáneos, el pintor Nelson Román: “Bueno se arriesgó al hacer el planteamiento para que se sacuda una parte de la percepción e introdujo elementos que no estaban en el repertorio figurativo”. Que era el que mandaba.
Y ahí están Bueno y su obra, que habla por él y que invita a dejar el prejuicio, a conocerlo, a recuperar el tiempo perdido.
Sobre la muestra
‘Horizontes variables’ se puede ver en el Centro de Arte Contemporáneo (antiguo Hospital Militar) hasta el 18 de noviembre. Entrada libre.
Las obras exhibidas, como toda la obra de Bueno, se desmarcan del indigenismo, expresionismo, la denuncia social y lo neofigurativo.
En la exhibición se muestran las piezas que pertenecen a la colección privada de Bueno; muchas de ellas funcionan con electricidad.