Minutos antes de la presentación de su libro ‘Tierra incógnita’, de 1994 pero reeditado por la Campaña de Lectura Eugenio Espejo, el argentino Adolfo Colombres se toma un tiempo para responder escasas preguntas. La Librería Rocinante nos presta su espacio y rodeados de libros, algunos de los cuales llevan su firma, el escritor habla de los territorios y personajes de su literatura, de la modernidad tecnológica y del mito.
Si el romanticismo volvió los ojos hacia la naturaleza y la aventura como respuesta a la Revolución Industrial, ahora un retorno a la naturaleza y la aventura, acaso responde a tanta innovación tecnológica. Pero Colombres no sucumbe ante esta comparación. Su búsqueda en ‘Tierra incógnita’ responde, más bien, al clima que atravesó su Argentina y que se extendió por la región, entre guerrillas y represión, a un desmoronamiento de la moral, donde la vida valía nada. Eso lleva al personaje a buscarse en el mar, “donde no hay catedrales ni mentiras”, lejos de tanta matanza serial: el mar donde nada es falso, la vida salvaje.
La novela ubica su acción en Esmeraldas, territorio conocido por el autor, quien vivió en el Ecuador por tres años entre idas y venidas. Conoció la provincia, leyó mucho sobre ella y entabló amistad con Adalberto Ortiz. Pero la novela -dice- no es regionalista; es una historia de amor entre dos soledades, una que reniega de la humanidad y otra que halla en ella la libertad. Algo tiene de Conrad, pero es un Conrad de un siglo después, con otro campo ideológico.
La narración, trabajada con mucha poesía por el juego metafórico y la descripción de los lugares, aborda también una concepción de lo paradisíaco y de la aventura. Una aventura que Colombres define como esencial para el ser humano; pero que en la actualidad encuentra venida a menos por tanto espectáculo y por la pérdida del misterio que resulta de tener todo el conocimiento encapsulado al alcance de un clic.
Señala que él ahonda en la caracterización del territorio, pues le parece fundamental, mientras la tecnología apunte a la abolición del espacio-tiempo. Esa misma tecnología es la que ha concebido, junto con la cultura de masas y la publicidad, un serie de seudo rituales al servicio de la mercancía. Entonces aflora el Colombres antropólogo, que comprende el mito como el imaginario invisible de toda cultura y el rito como su puesta en escena.
Adolfo Colombres rehusa hablar de un romanticismo en su obra. “No se puede llamar romántico, a la preservación de la belleza del mundo”, dice.