Si a Agustín Cueva Dávila (Ibarra, 1937) no se lo hubiera llevado un cáncer al pulmón el 1 de mayo de 1992, hoy quizá podríamos polemizar con él sobre si la literatura es la inevitable expresión de una clase social, como él creía con vehemencia. Al menos el literato guayaquileño Fernando Balseca estaría feliz de tener esa oportunidad de revisar esta idea medular del pensamiento de uno de los intelectuales ecuatorianos más interesantes del siglo XX.
Hoy, a partir de las 17:30, en el Paraninfo de la Facultad de Economía de la U. Central, Balseca hace algo parecido, con su ponencia ‘La idea de la literatura de Agustín Cueva’, como parte del homenaje a Cueva organizado por tres universidades (Central, Andina Simón Bolívar y Técnica del Norte), hasta mañana, para recordarlo a 20 años de su muerte.
Más allá de su aporte puntual a la literatura ecuatoriana, desde una aproximación sociológica, o de sus ensayos y estudios sociopolíticos del Ecuador y la región latinoamericana, Cueva, como precisa el filósofo quiteño Fernando Tinajero, tuvo el mérito intelectual “de sintetizar el pensamiento propio de todo un movimiento cultural de los años 60, que se caracterizaron por ser años de impugnación, de crítica y de cuestionamiento radical a todo lo establecido; él logró mostrar que la Colonia seguía en pie en el país”.
Esto, coinciden Balseca y Tinajero, se materializó en su libro ‘Entre la ira y la esperanza’ (1967), que hace una propuesta superconsolidada sobre la relación entre cultura, identidad, nación y el sentido de lo popular.
La revista Pucuna fue otra plataforma en la cual Cueva, junto a los tzántzicos (un movimiento de ruptura cultural conformado por, entre otros, Alfonso Murriagui, Antonio Ordóñez, Francisco Proaño, Rafael Larrea, Simón Corral, Bolívar Echeverría…), durante los nueve números que se publicaron se atrevió a poner una mirada cuestionadora sobre la literatura ecuatoriana.
No siempre las -muchas veces- lúcidas y audaces críticas que aparecieron en Pucuna fueron acompañadas por el nivel estético de las propuestas literarias de los autores de esas mismas críticas. Y eso lo notó Cueva, y lo dijo sin miramientos, como correspondía a su estilo de polemista.
Convencido del compromiso del intelectual, pero no al punto de hacer de la literatura (ni de ninguna manifestación cultural) un espacio para el panfleto y la consigna, con el tiempo y la distancia, Cueva se dio cuenta -a criterio de Balseca- de que en los tzántzicos más importante fue el gesto rupturista que su literatura. “La de ellos sí fue una literatura de consigna proletaria y popular; tenía el cometido no de la agitación de la mente y el espíritu sino de promover una idea política de corte socialista”.
Marxista, antiimperialista y anticapitalista, Cueva creyó, con matices que se fueron afinando a lo largo del tiempo, en una literatura política (¿y qué acto cultural no lo es?), cuyos creadores estaban moralmente obligados a inmiscuirse en… y a hablar de su sociedad. Pero el tipo de involucramiento -de acuerdo a Balseca- fue evolucionando: “En ‘Entre la ira…’ sostenía que la tarea de los intelectuales es descolonizar la mente y la cultura ecuatoriana, y lo hizo desde una perspectiva al estilo de las vanguardias leninistas, pero fue repensando esto y en los 70 y 80 se desrradicalizó y vio al escritor más en el papel de gran antena de la sociedad”. Sus estudios sobre el indigenismo y el realismo social lo llevaron a aquello.
A la luz del realismo social de las obras de Jorge Icaza, Arturo Montesinos Malo o de José De la Cuadra, en las que vio “una agenda propia -dice Balseca-, que ya no obedecía a los intereses de la metrópoli” cuajó su idea de que solo las clases medias serían capaces de reconstituir una cultura nacional sólida y profundamente enraizada en lo popular.
En contraposición a esta línea Cueva puso a la obra de Pablo Palacio, en quien vio a un pequeño burgués desligado de su entorno social. Para el crítico literario Hernán Rodríguez Castelo esto fue un error, ocasionado por “la subordinación de la literatura a lo político”. Álvaro Campuzano, en un ensayo publicado en el Nº 3 de la revista cultural Guaraguao, igualmente resiente la descalificación que ¿por incomprensión? Cueva hizo a la obra de Palacio,
Balseca también quisiera poder hablar de la importancia de la obra de Palacio con Cueva, de la obra de Juan León Mera y de la de los modernistas, a las que, asimismo, denostó. Quizá sea en otra vida… aunque como buen marxista, Cueva no haya creído en ella.