Frescos y óleos también repara. Y muebles antiguos. Y artesonados de techos de casas e iglesias patrimoniales, cuando se presenta la ocasión. Hace candelabros…
Pero lo que verdaderamente apasiona a Antonio Cuesta, un artesano nacido en el quiteñísimo barrio de San Blas hace 48 años, es el tallado y la restauración de imágenes.
Reponer un dedo que perdió en el último pase un Niño Dios o recuperar el rubor de las mejillas de la Virgen de Legarda o encontrar el color original de las polvorientas zapatillas de Gabriel –uno de los 12 arcángeles que constan en su catálogo- es su verdadera pasión.
Es más, la Virgen de Quito, tallada originalmente por el maestro Bernardo de Legarda, es su especialidad. Al mes vende algunas docenas de esta imagen, en varios tamaños. En cedro, porque todo lo que sale de sus manos de prestidigitador de gubias y pinceles es de madera.
La que le vendió hace un par de años al Dr. Heriberto Bonilla, por ejemplo, medía 1,60 metros y reportó para sus arcas unos USD 5 000. Claro, rememora el maestro Antonio, le demandó casi un año de trabajo.
También recuerda la Virgen del Cóndor que realizó para el Parlamento Andino. Y los numerosos trabajos suyos que reposan en las galerías de la Comunidad Andina, la Universidad Andina, el Grupo Superior…
Tiene seis clientes fijos y un sinfín de ocasionales, quienes llegan entre curiosos e incrédulos hasta su taller ubicado en la calle Briceño, en el tercer piso de una vieja casona que sobrevive de mejor forma que el edificio adosado, ‘La Licuadora’ del ex Filanbanco, que agoniza entre el olvido y la desidia ciudadana
Todos los visitantes salen asombrados y con un recibo de algún ‘encargo’ entre las manos.
Cuesta no es improvisado. Estudió el arte en la Universidad Central y luego en la Tecnológica Equinoccial, donde se graduó en restauración y museología.
Aunque se inició en el oficio de pequeño, pues su papá, Armando, comercializaba antigüedades. En ese entonces, Antonio recuperaba los muebles o figuras y sus ocho hermanos se encargaban de venderlas.
Su esposa, Cecilia Hernández, aprendió las técnicas y los secretos del oficio y colabora en la obtención del sustento familiar. Los cuatro hijos, en cambio, le dieron la espalda al arte y buscaron otros derroteros.
Cuesta es un conocedor de las técnicas de las dos escuelas más importantes de América: la quiteña y la cusqueña.
La segunda la aprendió en la fuente, es decir, en Lima. Ese conocimiento le faculta dar a cada pieza el tratamiento más idóneo: el bol bruñido del pan de oro y el encarnado con vejiga de res de la Escuela Quiteña o la aplicación directa del oro en la figura, habitual de la Escuela Cusqueña.
De 07:00 a 24:00 y más
La primera tarea es moldear, lijar y pulir el objeto para estucar. Esto le lleva hasta el mediodía. Almuerzo de rigor.
La tarde está dedicada a pintar y recibir clientes. Pinta a mano y con pincel. Su teléfono es el 09 3 936037.
En la noche realiza la fijación del pan de oro o de plata. Usa Mistiol, un líquido, para fijar