Víctor Vizuete. Editor vvizuete@elcomercio.com
La ciudad tradicional se creó alrededor de su espacio público. De sus plazas y sus parques; de sus iglesias y templos; de sus mercados y ferias.
El Ágora Griega y el Foro Romano son dos ejemplos de la trascendencia de estos elementos en el trazado urbano.
La calle es el espacio público por excelencia, pues es el intercomunicador de esos centros de reunión social, ahora reemplazados por otros con diferentes objetivos y connotaciones, como los centro comerciales, los estadios y otros escenarios deportivos y de recreación.
Por esa razón, es penoso comprobar el mal estado en el que se encuentra un alto porcentaje de arterias y vías de Quito; ya se trate de avenidas, calles, arterias o pasajes.
El deterioro tiene varios perfiles, todos importantes: calzadas en pésimo estado, aceras ídem, pésima señalización, la proliferación de letreros…
El caso de las aceras es sintomático. La gran mayoría ha sido alterada por los dueños de las viviendas a su juicio y beneficio, dificultando el que personas con problemas de movilidad temporal o discapacidad puedan movilizarse con soltura y seguridad. Esto se hace más evidente en los barrios populares con negocios como mecánicas, vulcanizadoras, restaurantes…
En cuanto a la señalización, es un verdadero vía crucis llegar hasta muchos barrios urbanos y constatar que las calles no tienen letreros que las identifiquen. Es como perderse en un laberinto y no poder salir porque, además, pocos ciudadanos le dan información, pues la gente se ha vuelto más desconfiada, por eso de la falta de seguridad.
En las zonas periféricas este problema crece en proporción geométrica. Encontrar una dirección ahí puede demorar horas.