Por la noche, las luces violetas, verdes y azules resaltan las paredes blancas del Centro Cultural El Neptuno, en Otavalo.
La piscina rememora la arquitectura barroca, con pilares, pasamanos y arcos con los que se inició la ciudad. Los trabajos de rehabilitación en esta joya arquitectónica de la ciudad imbabureña finalizaron en octubre..
El Cabildo local y el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC) se vincularon para recuperar este complejo deportivo y social construido entre 1926 y 1929.
El proyecto original de rehabilitación fue boceteado por el arquitecto Alzuro Espinosa y construido por el maestro otavaleño Luis Garzón Prado.
Esta propiedad municipal, situada en el oriente de la urbe, tuvo varios nombres como el Baño largo, Baños de la ruta de socavón y, finalmente, Neptuno.
El principal elemento es una piscina semiolímpica de 25 metros de longitud y 10,50 m de ancho. En la arquería que circunda a la alberca se ubican los vestidores. Al fondo existe un área que, en el siglo anterior, era usada como tocador para las damas otavaleñas.
La edificación se complementa con dos niveles. En el primero hay una balaustrada inicial. En ese sitio está el solarium o Inti Loya en quichua, un espacio para que los bañistas tomen los rayos solares.
En el tercer nivel se explaya una pista de patinaje, en donde el siglo anterior hubo un ágora para actividades culturales.
Según Franklin Villalba, director de Planificación del Ayuntamiento, con la intervención se eliminaron varios añadidos que fueron colocados sobre la estructura original. Entre ellos cinco losas en la piscina y en la primera balaustrada, una edificación de hormigón que fue usada para una discoteca y un gimnasio posterior.
Entre los principales materiales utilizados para la intervención están el gres, la piedra, algunos hormigones y revestimientos de pintura.
Villalba asegura que la rehabilitación inicialmente planificada para seis meses se extendió a un año. En el proceso de reposición se presentaron problemas, especialmente en el subsuelo, por las floraciones de agua y la humedad capilar. La resistencia del piso era de cero, por el agua estancada.
Para el constructor Vinicio Marroquín, fue necesario excavar a nivel de la plataforma de la pista de patinaje, los cambiadores y la piscina para instalar drenajes con tubería de 200 milímetros. Estas conducen las aguas provenientes de vertientes naturales al alcantarillado y a una fosa de cinco metros de profundidad.
Además, se levantaron unos muros perimetrales de 70 metros de longitud con cámaras de aire en la parte posterior de los vestidores, para mantener libre de humedales al complejo.
Marroquín explica que una vez superado el problema de filtraciones de agua se repusieron los vestidores, la pista de patinaje y se construyó una nueva piscina. En la primera balaustrada se recuperó el piso de la caminería y se revistió con el mismo gres.
Para el escritor Aníbal Fernando Bonilla, los otavaleños recuperan un espacio referencial de la cultura vernácula.