Imagine un escenario de natación hecho de burbujas. O un estadio de punto en blanco que cambia de colores, como el camaleón. O, incluso, un galpón enorme con gigantescas carpas de plástico que cubren 300 000 m² de espacio.
Hace una década, estos edificios podrían haber existido solo en la imaginación o en las películas de George Lucas o Steven Spielberg. Hoy en día, esas construcciones son parte de la cotidianidad en varias partes del mundo. El Centro Acuático Nacional de China, en Pekín; el estadio Allianz Arena, en Múnich, Alemania; el Proyecto Edén, en St Austell, Inglaterra; el Centro de Entretenimiento Khan Shatyry, en Astana, Kazajstán; el Selfridges Department Store in Birmingham, Inglaterra…
Todas esas edificaciones tienen tres cosas en común: innovadores arquitectos, ingenieros hábiles y las propiedades inusuales del material denominado ETFE.
Aunque parece sacado del sombrero de un mago, el ETFE ha existido desde 1970, cuando DuPont inventó un polímero de fluorocarbono basado en etileno tetrafluoroetileno (ETFE), para su uso como material aislante en la industria aeronáutica.
Una nota de la BBC de Londres, cuenta la novelesca historia de este polímero.
“DuPont en realidad no se preocupó por impulsar el ETFE en absoluto. Si no era por la ingeniera mecánica alemana Stefan Lehnert, que tropezó con el material en su búsqueda de nuevas tecnologías, el ETFE hubiera seguido como producto marginal”.