En el centro comunal se expone una parte de las artesanías de Amama Virginia. Foto: Marcel Bonilla / EL COMERCIO
La marca Amama Virginia cuenta con un catálogo en el que hay 21 diseños distintos de artesanías elaboradas con fibras naturales, que se producen en las poblaciones indígenas de Esmeraldas.
En este material se exhibe el trabajo de 45 mujeres chachis de la comunidad de Pichiyacu, ubicada en los márgenes del río Cayapas, del cantón Eloy Alfaro. Ellas se dedican a conservar la tradición del tejido.
El nombre de esta marca es un reconocimiento a Virginia Añapa, una de las antiguas tejedoras de rampira, que enseñó sus habilidades a dos generaciones.
Maritza Pichota y su hija de 12 años tejen y cortan la cartulina donde se imprime el nombre de Amama Virginia. Ellas cuelgan cuidadosamente un distintivo de esta marca en cada uno de los diseños elaborados con la fibra natural.
Las artesanías se tejen con cuatro fibras distintas como la rampira, piquigua, cogollo de rampira y un material llamado hoja blanca, que se cosecha en las fincas de esa comunidad. “Lo importante es la calidad del tejido en cada artesanía”, dice Lorena Agudelo, una de las compradoras.
El proyecto de estas mujeres se inició hace tres años como una propuesta a favor del buen vivir de todos los comuneros. Este proyecto incluye por un lado apoyo a quienes se dedican a la siembra del cacao en la comunidad, y por otro, al tejido de artesanías.
La idea de constituirse como organización fue contribuir con la economía de los hogares indígenas y conservar las costumbres a través del trabajo de las mujeres, que se quedan en las casa a cuidar sus hijos.
La inversión en esta iniciativa asciende a USD 13 000, con los que se construyó una casa artesanal en Pichiyacu. Ahí las mujeres acuden a tejer abanicos, timburas con o sin tapas, fruteras, paneras, cuchareras, estuches de botellas, carteras y bisutería con fibras naturales.
Con los recursos también se compró una hectárea en la comunidad, donde han sembrado rampira, que es el material que más utilizan para producir un promedio de 2 000 artesanías al mes.
Cuando falta material para cumplir con los pedidos, las mujeres cortan rampira que también han sembrado en sus fincas, para continuar con el trabajo en la casa artesanal.
Según las primeras pobladoras, la rampira se utilizó antiguamente para construir los techos de las viviendas y en las primeras artesanías que se hacían en esa comunidad.
Más del 60% del trabajo de las tejedoras de Pichiyacu es vendido a extranjeros que acuden exclusivamente a comprar los productos. Según las artesanas, la mayoría de clientes son estadounidenses.
El 40% restante de la producción se comercializa en la misma comunidad, con intermediarios ecuatorianos que compran la producción para exponer en mercados locales.
Otra pequeña parte de la producción permanece en la casa artesanal para exhibir una muestra de los diseños que también constan en un catálogo. En un folleto, además, consta una explicación de cada uno de los artículos.
En la comunidad Pichiyacu habitan cerca de 1 000 personas. Allí funciona la Unidad Educativa Bilingüe Ercilio Pianchiche Orejuela.
Como en todos los 28 centros chachis, en ese lugar se conservan los ritos tradicionales que se realizan en el centro ceremonial de Punta Venado.
Lorena Pichota y Alicia Largo son dos mujeres chachis encargadas de hacer las presentaciones de sus productos en las ferias artesanales dentro y fuera de la provincia de Esmeraldas.
Una de las propuestas de la organización Amama Virginia, representada por Darlin Añapa, es ampliar el mercado y que sus productos se conozcan en todo el país.