Cinco actores, representando incluso papeles femeninos, actúan en escena. Foto: Alexander García / El Comercio
Los muertos fundan las ciudades. La historia es un pedacito de un pedazo de verdad o un pedacito de un pedazo de mentira. La reconciliación con la Historia –con mayúscula- exige inventarnos una. Estas frases sueltas provienen de los diálogos de ‘Celeste’, obra teatral del grupo Arawa, que baja del pedestal a los héroes de la independencia de Guayaquil.
Desde las licencias de la ficción, el grupo guayaquileño propone una revisión a hitos históricos de la ciudad en un montaje estrenado el año pasado, que llega ahora al Teatro Sánchez Aguilar.
Los personajes que representan a los próceres de la revolución octubrina -y al poder en diversas épocas- llevan máscaras de año viejo y hablan a carajazos, en el tono autoritario y campechano de políticos guayaquileños contemporáneos. “Queríamos jugar con estos fuera de contexto”, explican los miembros de la agrupación.
Durante la representación teatral, los personajes terminan violando a una reina, a la estrellita de Octubre. Este es uno de los símbolos de la libertad y del proceso de emancipación, o de que también se exige a sus congéneres que “paguen la República”.
“Es un juego en el que acusamos a los personajes históricos”, comenta Juan Coba, director del grupo Arawa. Se trata de acusar a una historia como la de Guayaquil, signada, según el teatrero, por la prepotencia y el despotismo; así como por la exclusión y la opresión.
Desde la convicción de que la historia oficial “no es nada más que un simulacro”, la agrupación sugiere en tono de farsa que el proceso libertario de la ciudad-puerto constituyó el traspaso del poder “de un déspota a otro”, como lo apunta en escena uno de los personajes que interpreta Coba.
‘Celeste’ juega a quitarle el aura a los hechos históricos, a despojarla de romanticismos y aterrizar el sentido de los héroes desde lo irónico, e incluso, de ser necesario, desde lo burlesco.
La obra se plantea, por ejemplo (y de forma satírica), el asunto de cómo se negoció la libertad “en aquellas famosas fiestas”, indica el actor Aníbal Páez, director y dramaturgo del montaje.
“Tenemos una visión menos idealizada de las gestas independentistas, porque contienen en su raíz, en su cimiente, el interés de grupos que supieron aprovechar las circunstancias para repartirse el poder, la tierra”, indica Páez, quien propuso el texto inicial a partir del cual el grupo fue construyendo la dramaturgia. Arawa utiliza un modelo de indagación y producción colectiva en el momento de trabajar en una pieza en específico.
Los actores repasan “cuadros” de la Historia de Guayaquil desde la Conquista hasta entrado el siglo XX. Aunque el corazón del montaje es lo referente a la Independencia, el colectivo representa en escena hechos como la matanza obrera del 15 de noviembre de 1922.
La pieza, cuyo nombre parece aludir a uno de los colores de la bandera guayaquileña, o a “una sangre casi azul que algunos quisieran tener”, centra también su atención en la manera como los personajes menores y anónimos que soportan la historia de un país son triturados por ella.
La idea de la puesta en escena, ganadora de los Fondos concursables del Ministerio de Cultura y Patrimonio, surgió de la experiencia personal de Coba, quien a mediados de la década de 1970 dictó talleres de teatro en el sector de Mapasingue, en el norte de Guayaquil. Cuenta que en un momento decidió involucrarse en la lucha de los invasores de esas tierras, ahora extensos barrios populares de la ciudad. A causa de esto estuvo preso por cuatro meses, acusado de terrorismo y padeció situaciones de tortura en la época de la dictadura militar.
La de la propiedad y la lucha por la tierra es una línea transversal del montaje de Arawa, porque a partir de aquella experiencia decidieron volver la vista atrás para indagar cómo fue que se originó esa propiedad. La lucha de los invasores de Mapasingue termina siendo uno de los cuadros de la pieza teatral de aproximadamente 48 minutos, que salta entre diferentes épocas de una forma vertiginosa.
La careta de los años viejos y los propios muñecos de aserrín son utilizados por lo que en algún momento representaron para la ciudad: un instrumento de denuncia. “La careta es un símbolo del panfleto político, creemos que es una estética válida en la contemporaneidad”, dice Páez. Para Coba la pieza entraña un “neopanfleto por pulir” aunque aclara que el grupo rehúye a caer en el uso del arte como propaganda.
En contexto
Celeste se presenta hoy y mañana (9 y 10 de enero), a las 20:00, y el domingo 11, a las 19:00, en el Teatro Sánchez Aguilar (Km 2,5 avenida Samborondón).
No olvide
El grupo de Teatro Arawa nació en la época de los ochenta en la Facultad de Psicología de la Universidad de Guayaquil, bajo la dirección de Juan Coba.
‘Celeste’, que ha sido calificada como una obra para mayores de 15 años, cuenta con la actuación de Juan Coba, Antonio Coba, Marcelo Leyton, Jaime Pérez y Aníbal Páez.
El costo de admisión es de USD 15.