A pesar del ‘tecnoinsomnio’, un estudio indica que los niveles de sueño no han variado desde mediados del siglo XVIII. Foto: Ingimage.
La electricidad, la intensa vida nocturna y la hiperconectividad -a través de teléfonos inteligentes y otros dispositivos móviles- son vistas como las principales causas de una reducción en las horas de sueño de las personas, respecto de décadas (y siglos) anteriores.
Pero un estudio realizado a partir de datos históricos de poblaciones aborígenes de Bolivia, Namibia y Tanzania ha demostrado que las sociedades actuales duermen un promedio similar al del pasado.
De acuerdo con la investigación dirigida por Gandhi Yetish, disponible ‘online’ y que se publicará el próximo mes en la revista Current Biology, con el título ‘Natural Sleep and Its Seasonal Variations in Three Pre-Industrial Societies’, los hábitos de las sociedades preindustriales no difieren sustancialmente de las contemporáneas.
De hecho, los miembros de unas y otras duermen aproximadamente entre 6 y 7 horas diarias, con cambios en sus horarios de acuerdo con la estación del año en la cual se encuentren.
Así, por ejemplo, los Tsimane o Chimane, originarios de la Amazonía boliviana, reportaron que su hábito de sueño los conducía a sus camas luego de 3,3 horas del ocaso. El descanso se puede extender hasta por 7,1 horas, con un 22% de probabilidad de tener siestas de hasta 32 minutos durante el verano.
De acuerdo con el médico cuencano Daniel Veloz, especialista en trastornos del sueño, estos parámetros son similares a los del Ecuador. Según su experiencia, una persona entre los 18 y 40 años puede dormir hasta siete horas diarias (la Encuesta de Condiciones de Vida 2014 del INEC apunta 55 horas semanales).
Él concuerda con un punto de la investigación: la temperatura corporal sí incide en las horas en que las personas pasen dentro de sus camas en estado de sueño.
Como parte de su estudio, el equipo de investigadores analizó los patrones de sueño en las distintas temporadas del año. Al parecer, el invierno es la época predilecta para guardarse más tiempo en cama. En promedio, los grupos estudiados durmieron 53 minutos más en esta temporada en relación con el verano.
Esto se debe, según las conclusiones del informe, a que la caída de la temperatura del ambiente llevaría al cuerpo a guardar la cantidad de energía necesaria para continuar con sus actividades de la siguiente jornada. Es por ello que durante la época más caliente del año parecería que el desempeño de las personas mejora.
Al respecto, Andrea Bravo, médica especialista en Neurociencias, comenta que la relación entre las bajas temperaturas y el aumento de las horas sueño se puede constatar dentro de casa durante la época invernal.
“Hemos tratado de que los hogares sean cálidos, para así mantenernos despiertos por más tiempo”, comenta. A su criterio, en zonas costeras se puede apreciar que las ciudades mantienen una vida nocturna más intensa debido a que el clima no los lleva a resguardarse en cama.
En su trabajo, los investigadores tomaron en cuenta la presencia del brillo de la luz de pantallas de celulares o de focos dentro de casa como un factor clave para entender variables en el sueño.
Sin embargo, ellos descubrieron que cuando las personas se enfrentan a la oscuridad, esta necesariamente los lleva a dormir en los mismos rangos que la gente de la época preindustrial.
Mario Andrés Garzón, ecuatoriano y especialista en tratamientos de sueño, difiere con esta información. Él asegura que el cerebro se ha adaptado a la presencia de los teléfonos inteligentes y tabletas, sacrificando sus horas de descanso.
Es por ello que ahora trata a más pacientes con ‘tecnoinsomnio’, término con el que se refiere al estrés que generan los dispositivos tecnológicos y que tienen una influencia directa en la calidad del sueño.
Entre sus conclusiones al estudio, Yetish apunta que “nuestro descubrimiento indica que el sueño en las sociedades industriales no se ha reducido por debajo del nivel normal para la evolución natural de la especie humana”.