En el Ecuador los hombres también denuncian violencia intrafamiliar. En el 2009, en las 34 comisarías de la Mujer y la Familia del país, se registraron 9 011 casos. En ese mismo período, se recibieron 63 837 denuncias de violencia contra mujeres.
Uno de los 24 hombres que denuncian cada día ser víctimas de maltrato doméstico es José N., de 32 años y morador de la ciudadela Yaguachi, al sur de Quito.
El 26 de mayo, acusó a su conviviente. “Por nueve años soporté gritos, insultos y, a veces, golpes. Ahora la denuncio porque no me deja ver a mis hijos”. La pareja, que tiene dos hijos de 7 y 5 años, se separó hace 10 meses.
Con la copia de la cédula de identidad en sus manos, espera su turno en la Comisaría Segunda de la Mujer. Lo acompaña su hermana para quien “las leyes también deben protegerlo”.
Dessiré Marín, psicóloga familiar, refiere que siempre ha existido este tipo de violencia, pero el hombre callaba por las connotaciones sociales. Un varón violentado por su esposa es objeto de burlas y de apelativos.
Un ejemplo de ello es Segundo N., de 42 años. La esposa abandonó a e este jornalero del Mercado Mayorista de Quito. En el barrio, se lamenta, lo llaman ‘mandarina’ o ‘cachudo’.
El jornalero fue a la Comisaría en busca de ayuda. No pudo iniciar el trámite por falta de pruebas. Para el psicoterapeuta familiar Marcos Maldonado, el hombre acusa por una necesidad. En la cultura andina, explica, el abandono de la mujer significa negación y sanción moral y social. La denuncia es el intento de recuperar a sus hijos. Perdió a su esposa, pero no quiere que pase lo mismo con sus vástagos.
Marín nota que detrás de una mujer agresora pueden estar múltiples factores como la frustración sexual. Su contexto familiar influye, talvez es una revelación contra la violencia que vio entre sus padres o un abuso sexual que sufrió en la adolescencia. El factor económico está entre las principales causas. En nuestra cultura el hombre es el que provee y cuando no cumple se arremete contra él.
Segundo N. comenta que gana poco y que apenas le alcanzaba para la comida y el arriendo de dos cuartos en el sector de la Lucha de los Pobres. “Las peleas con mi esposa eran por la falta de dinero”, recuerda.
Danilo Dueñas, psicólogo clínico, cree que las mujeres en los últimos años se han empoderado de ciertos derechos. “Esto le permite disentir, reclamar y protestar”. Al no cumplir su rol, el hombre se siente culpable, se vuelve vulnerable y permisivo.
Para Maldonado, en la pareja no hay víctima ni victimario: hay corresponsables.
Los especialistas coinciden en que se debe propender a una cultura matrística. Esta consiste en la coexistencia con el otro con respeto, solidaridad y aceptación, para funcionar como familia y sociedad.
¿Y qué sucede en la parte legal? El hombre está en desventaja, señala Walter Sandoval, abogado y consejero matrimonial. Y afirma que la discriminación al varón empieza con las leyes. En el derecho familiar, la Ley protege más a la mujer, “porque supone que es la parte más débil de la pareja”, asevera.
Por ejemplo, la Ley contra la violencia a la mujer y la familia, no incluye el término hombre ni en el título ni en sus artículos.
En el artículo 2 “considera violencia intrafamiliar toda acción u omisión que consista en maltrato físico, psicológico o sexual, ejecutado por un miembro de la familia en contra de la mujer o demás integrantes”. Para Sandoval, los términos familia o integrantes engloban a los hijos y no al hombre.
En la normativa la persona agresora solo es de género masculino y la agredida de género femenino. Así, “explícitamente se considera al hombre el que violenta y a la mujer la víctima”, interpreta Sandoval.
Otra desventaja legal está en las medidas cautelares. Por ejemplo, la boleta de auxilio. Esta se emite sin una investigación previa. Para Sandoval, se aplica mayoritariamente con respecto del hombre, porque a la mujer no se le puede sacar del hogar por los hijos.
En la Dirección Nacional de Género, no hay datos específicos acerca de las boletas de auxilio que se emiten contra hombres y mujeres, por separado.