De esta consulta popular el país sale más crispado, polarizado e intolerante. Pero además se le siente contenido, abultado, reprimido, al borde de la explosión y de la bronca. Es un volcán que hincha sus paredes y que arroja los primeros vapores.Se encuentra en una fase altamente peligrosa, incrementada por el miedo y el recelo ante un poder arrogante que no se inmuta.
El espacio para la objetividad, la moderación y el equilibrio es cada vez menor. Todos a flor de piel llevamos un dispositivo prendido y listo para la reacción violenta y ofensiva. Son más y más los que quieren sangre, los que justifican el puñetazo, la cárcel y la descalificación. El “estás conmigo o estás contra mí” es más de todos. Si reconoces algo positivo del Gobierno, te miran con desconfianza los unos. Si criticas la gestión gubernamental eres malo, “contrarrevolucionario” y de “derecha” para los otros. Todo es blanco o negro. No hay matices ni colores. El extremismo prende en nuestra cotidianidad.
En este clima cualquier iniciativa privada o gubernamental se vuelve cada vez más compleja y difícil de hacerla. En muchas dependencias públicas hay buenas ideas y abundantes recursos, pero no hay tranquilidad ni diálogo. Hay aceleración, presión y miedo que deriva en ineficiencia. Como cascada se ha regado el mal carácter del “gran jefe” en todos los mandos burocráticos, desde el más alto hasta el más pequeño. Cualquier subsecretario, asesor, jefe de sección o asistente es un emperador en potencia más aún si tiene un PhD. Hace algunos meses un joven y amable técnico de una ONG se transformó en un subsecretario que supura prepotencia. Ninguno de estos pequeños reyes o reinas entiende que el poder es efímero y que algún momento se acaba. Que tarde o temprano volverán a ser gente común y corriente.
Sea cual fuere el resultado de la consulta, gane el No o el Sí, los actores políticos con humildad deben aceptar su triunfo o derrota. El triunfalismo que derive en exhibicionismo e incremento de la arrogancia no hará sino dinamitar la paciencia de la población. Tal actitud será un aporte con leña seca a un fuego que está por encenderse y que sin duda quemaría sin distingo a todos, a ganadores, a perdedores y a observadores.
La cuerda está muy tensa. Algún momento se romperá con consecuencias impredecibles. Lo más sabio en este momento de nuestra historia es serenarnos y pedir al poder tolerancia, sabiduría y humildad. Este 7 de mayo, el presidente Correa y la oposición deben llamar al país a una tregua.
Propongo que el campo inicial en el que se realice la tregua sea la agenda de la niñez y particularmente la educación, que sin duda es la mesa políticamente más amable donde todos podemos sentarnos con tranquilidad a despejar conflictos, a cambiar el presente y a diseñar el futuro.