En términos generales, las elecciones del domingo pasado se desarrollaron ordenadamente en todo el país. La campaña que las precedió, en cambio, fue caracterizada por la inequidad, el abuso oficial y, muy especialmente, por la participación desembozada del Presidente de la República en favor de su movimiento político.
El resultado del pronunciamiento popular se presta para muchos análisis. La elección del Alcalde de Quito, a pesar de su esencia local, se transformó en una confrontación entre quienes apoyan el “proyecto” de la revolución ciudadana y quienes rechazan, más que su contenido, la forma prepotente con que se ha querido imponerlo sobre un pueblo que, habiendo soportado estoicamente los abusos, ha dicho “basta”.
En las dos o tres últimas semanas antes de la elección, cuando Correa se presentaba cada vez más desafiante como el director de la campaña, mientras el aspirante a la reelección en Quito -obscurecido hasta casi desaparecer- se empeñaba en aparentar una personalidad propia, el pueblo empezó a dar muestras de saturación. Se veía, con creciente claridad, que en Alianza Pays, por su estructura vertical, había un solo pensamiento, una sola voz y una sola voluntad: la de quien piensa que “nunca se equivoca”, lo que le lleva a cometer errores que después atribuye a otros actores secundarios de la política, a quienes recrimina y abandona.
No se equivocó Correa cuando dijo que el “sectarismo” fue causa del revés sufrido por su movimiento político. Pero lo atribuyó a algunos miembros de su organización sin siquiera reflexionar que el sectarismo campea olímpico y aplaudido en las lecciones que imparte en sus abominables sabatinas cuando predica la división, el odio y la revancha usando imágenes y palabras insultantes y groseras, propias de resentimientos y complejos. Ese sectarismo le pasó la cuenta, como lo seguirán haciendo otras características de su manera de gobernar y dividir al país.
El resultado electoral marca un pronunciamiento nacional que equivale a una declaración de esperanza en días mejores para todos los ecuatorianos. Fueron castigados el autoritarismo y la prepotencia, ese “le exhorto a que no me exhorte” dirigido al tímido presidente del Consejo Nacional Electoral (CNE), el desacato al silencio electoral dispuesto por la ley en vísperas de las elecciones, el uso de bienes y fondos públicos para hacer propaganda partidista, el antipatriótico llamado en favor del voto nulo, las “licencias” otorgadas por una sumisa Asamblea Nacional para que el Jefe de Estado, dejando de lado las funciones para las que fue elegido, favorezca a unos ecuatorianos en contra de otros ecuatorianos, licencias que pueden ser legales pero que ofenden a la ética, la cívica y la democracia. En mi opinión, el pueblo, en suma, votó contra Correa y contra su “proyecto” socialista del siglo XXI.