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Ya se ha dicho en forma reiterativa. A la congestión vehicular, que día a día se agrava en Quito, sin esperanzas de solución, se suman el mal estado de algunas calles y la anárquica invasión de aceras y parterres, a lo largo y ancho de la urbe, por parte de vendedores informales que interrumpen el paso de los peatones.
Probablemente, las intensas lluvias de esta temporada dificultan la reparación de los daños del pavimento, pero hay la impresión de que también existe cierta negligencia del departamento municipal encargado de esa tarea. Hay casos en los que, inclusive, han desaparecido las tapas metálicas de sumideros y pozos de revisión, que habrían sido sustraídas por personas inescrupulosas y se convierten en peligrosas trampa y de yapa, resultaron de mala calidad las aceras reconstruidas luego del soterramiento de cables de electricidad en unas cuantas arterias del norte de la urbe. Antes de que los contratistas terminen la obra ya se habían desprendido los adoquines colocados en las veredas con un sistema inconveniente.
Otro escollo: Allá por la década de los años 50 del siglo pasado comenzó a funcionar en el sector de las calles Imbabura y Chile una especie de feria al aire libre, que fue bautizada popularmente como “Mercado Ipiales”, por la procedencia de la mayoría de productos que allí se vendían. Pronto se expandió al parque de El Tejar y a otras vías céntricas y llegó hasta las goteras de la Presidencia de la República y de la Alcaldía.
Según estadísticas del Municipio, sumaban algunos miles los vendedores que se ubicaron en las calzadas y aceras de la zona y empeoraban la ya compleja movilidad y atentaban contra el título de Patrimonio de la Humanidad otorgado por la Unesco al Centro Histórico de la capital.
Retirarlos de ahí fue, sin duda, labor difícil y requirió mucho tino, para lo cual se contó con la comprensión y colaboración de los dirigentes de los vendedores asociados para trasladarlos a los centros comerciales populares que construyó el Municipio y que les garantizan comodidad, seguridad y éxito en su actividad. El alcalde Paco Moncayo culminó la tarea con el beneplácito de los ciudadanos, que miran con buenos ojos el afán del Gobierno de reivindicar esa área colonial, catalogada como la más extensa y bella del continente.
Lo malo es que desde hace algunos años está recrudeciendo el problema de las ventas ambulantes, con el agravante que se ha extendido a diversos sectores de la ciudad. Covachas destartaladas se instalan por doquier para la venta de comidas típicas, flores, ropa, tubérculos, incluido aquel tan sabroso y simbólico que suele causar indignación en altas esferas oficiales, en determinadas circunstancias…
Vale la pena este mensaje repetitivo al señor Alcalde Metropolitano y más autoridades municipales para que afronten la situación antes de que sea tarde.