A alguien le escuché decir que el poder no cambia a las personas, solo revela lo que verdaderamente son. Por eso uno de los mayores aportes de la Revolución Ciudadana ha sido desnudar por completo a la izquierda ecuatoriana. Muchas personalidades de izquierda se unieron desde el 2006, de cerca o de lejos, con cargos o con encargos. A mí me interesó mucho más quienes no se unieron a ella: los intelectuales de avanzada de esa izquierda, los que eran más profundos, más reflexivos, los que habían entendido que ser de izquierda es antes que nada un principio de vida, no discursos trinchera o cancioneros protesta. Y se contaban con los dedos de la mano.
Entre esos pocos intelectuales estaba Iván Carvajal y, por suerte, sigue estando. Sé que se han escrito y se escribirán mejores felicitaciones que las mías sobre el premio que está por recibir, pero no podía dejar de comentar sobre el Iván filósofo y el amigo, cuya vida misma es un testimonio de izquierda, tan alejada de comiterns, de dilemas perversos como libertad o equidad, patria o muerte. El Iván que tuvo la valentía de contradecir a Benjamín Carrión y preguntarse: ¿volver a tener patria? ¿Qué patria? El filósofo que no desempolvó sus manuales, sino que fue corriendo a releer a Agamben, a Zizek, a Scmidtt, tratando de encontrar respuestas.
Su mayor aporte en estos seis años de cristales y máscaras fue la creación de la revista filosófica “Transhumante” junto a Fernando Albán. El nombre mismo tenía la intención de provocar. Era nuestra respuesta directa a los conceptos reaccionarios vendidos como de izquierda. En los pocos números que duró, su reflexión puso la retórica del poder contra las cuerdas. Sus artículos “La Felicidad I, II y III” reflexionan sobre la tecnocracia, el poder y sus cándidas ingenierías. “El soberano y el gobernante” deja al desnudo la política dramatúrgica y las diferencias entre corte y gobierno. “Idus de marzo” no se queda atrás reflexionando sobre el oscurantismo de la política.
“Transhumante” fue un ejercicio intelectual desafiante, intelectualmente retador. Un ejemplo claro de cómo se podía hacer guerra de guerrillas con el pensamiento. Lástima que no hubo nadie del otro lado.
Los premios –en general- sirven de pretexto para muchas cosas. Sirven para recordar y honrar a los amigos, sirven también para develar fantasmas del pasado y, en este caso del presente.
Muchos acusarán a Iván de haberse vendido a la derecha o de haberse sumado al sistema. A aquellos que lo hagan les invito a leer a Gramsci. Por favor lean muy bien el capítulo sobre “el papel de los intelectuales” y pongan énfasis en la parte que habla de cómo Benito Mussolini ganó parte de la clase intelectual al servicio de sus fines, no precisamente de la clase trabajadora.
Solo entonces talvez entiendan que Iván Carvajal nunca cambió de lado, los que cambiaron de lado son ellos.