Torpeza. Es una torpeza”. Eso me dijo alguien, cercano al Régimen, comedido y sensato, cuando le conté lo ocurrido en el Hospital Isidro Ayora de Loja en vísperas de la Navidad.
Para ese día estaba programada la misa navideña en el hospital. Ante la anunciada visita de la Ministra hubo de suspenderse para no provocar, una vez más, las iras ministeriales. Pero no sólo… A toda prisa retiraron los pesebres. Ahora, sobre ellos, peligrosos como son, recae la sospecha de que se conviertan en una amenaza para la convivencia pacífica de la ciudadanía. Así son las cosas de la vida…
Son medidas que se acatan sólo por miedo, lógico miedo ante semejante desatino. Pero pasado el peligro, personal de salud y empleados, llenos de sentido común (“ellos, los políticos, pasan y nosotros nos quedamos”) volvieron a poner las figuras en su sitio y celebraron su misa en paz al siguiente día. Y es que la historia se escribe a espaldas de los poderosos, con distinto ritmo y con diferente pluma.
Dice el Diccionario de la Real Academia que “torpeza” es “la calidad de torpe” y que “torpe” (en su cuarta acepción, así es el castellano de fino y expresivo) es el deshonesto. El Diccionario me ha hecho pensar y me ha ayudado a ser crítico. Cada uno tiene que saber administrar sus haberes, sus límites y sus fobias. Pero cuando uno es funcionario público (ministro=servidor) tiene que estar dispuesto, de forma ejemplar, a relativizar ideas y sentimientos en función del bien común. Para ello hay que ser ético, demócrata y honesto.
Imponer a los demás la propia forma de pensar y sentir en los espacios públicos que uno controla es torpe, deshonesto.
¿Pero no estamos en un estado laico? Precisamente por ello… Laico no significa antirreligioso. Laico significa que, desde el fundamento de la ética política pública, el Estado garantiza al pueblo (“laos”, que de ahí viene la cosa) el ejercicio de sus libertades, incluida la religiosa. Cuando una ideología se apropia por la fuerza del espacio público y trata de imponer sus postulados acaba con el oxígeno democrático que todos (viva la diferencia) necesitamos para respirar.
Esta lucha soterrada que algunos funcionarios mantienen por cerrar capillas, quitar imágenes y desmontar pesebres en espacios públicos, deja en evidencia la deficiente formación democrática de muchos de nuestros funcionarios y, al mismo tiempo, lo lejos que están del pueblo al que sirven o dicen servir. Ignorar la fe y el sentimiento cristiano de nuestra gente manifiesta una gran ignorancia y, en el fondo, un desprecio hacia la vida y la fe de los sencillos. El pueblo, que siempre castiga la soberbia, intenta elevar al burro a categoría política y nos recuerda que la sabiduría no está necesariamente en despachos y foros de los poderosos, sino en el corazón de los humildes.
Todos tenemos derecho a nuestra ideología (social, política o de género), pero qué feo resulta, abusando del poder, machacar al vecino por ser diferente. ¿Feo? No. Resulta torpe.