Ahora que, sin sorpresa, el presidente Juan Manuel Santos oficializó su intención de aspirar a la reelección y arranca una carrera en la que parte con ventaja, urge pedirle que acabe con una manía que ha marcado su primer mandato: la de echar reversa. Estrenó esa palanca a mediados del 2011, cuando retiró del Congreso el proyecto de reforma educativa a causa de una serie de manifestaciones estudiantiles. Había calificado el proyecto como vital para ampliar la cobertura y la calidad de la educación. “Adelante con el proyecto”, dijo horas antes de ordenar su retiro. Y al retirarlo, anunció que lo volvería a presentar con “las mejoras” que surgieran del diálogo con los líderes estudiantiles. Hasta el sol de hoy, nada.
Un año después, otra reversada le costó la mitad de su popularidad cuando corrió a echar abajo la reforma judicial que el Congreso, por insistencia del ministro de Justicia, Juan Carlos Esguerra, encargado por Santos del tema, acababa de aprobar. El Presidente, el Ministro y el resto del Gobierno desoyeron las voces que, desde hacía meses, advertían sobre la inconveniencia del texto que avanzaba en las cámaras. Y solo al final, ante la inminencia de que, gracias a la reforma, decenas de ‘parapolíticos’ salieran de la cárcel mucho antes de cumplir condena, el Presidente echó para atrás.
En los primeros meses de su mandato, había estrenado la reversa al retirar la propuesta de un IVA para la canasta familiar planteado por su equipo económico. Lo mismo hizo con un artículo del Plan de Desarrollo que aumentaba la edad de jubilación. La pregunta que surgió entonces era si el Presidente conocía esas iniciativas antes de ser presentadas. Si las conocía, mal por no haberlas evaluado debidamente. Si no, mal porque proyectos de esa importancia tienen que ser examinados por el Presidente antes de ver la luz.
El tema cobró vigencia este viernes, cuando Santos le ordenó a su ministro de Agricultura, Rubén Darío Lizarralde, que retirara el proyecto sobre baldíos, porque, según el propio Gobierno, algunos apartes pueden servir para erradas interpretaciones en un tema sensible. ¿Semejante asunto tan crítico solo lo conoció el Presidente después de presentado el proyecto al Congreso? ¿No lee Santos las más delicadas iniciativas de su Gabinete? Y esto no le ocurre solo con los proyectos de ley. Recordemos su zigzagueante deriva de declaraciones a propósito del paro agrario. O la más reciente en torno a los planes de las FARC para asesinar a Álvaro Uribe y al fiscal Eduardo Montealegre. Primero le dio toda la credibilidad al asunto e instó al ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, a denunciar el macabro proyecto. Una semana después, le bajó la cresta al anuncio y calificó el plan terrorista de “viejo”. Nunca nos dijo si, además de viejo, el plan de asesinato estaba vigente, que es lo que importa.
Ahora que es un hecho que va por la reelección, Santos debería ajustar sus costumbres de conductor para dejar de usar tanto la reversa. Lo recomendable es que estudie a fondo las propuestas que su Gobierno va a llevar al Congreso y los anuncios que sus ministros -o él mismo- van a hacer. Y que lo haga antes de que algún sector de opinión le señale la inconveniencia de lo planteado. De lo contrario, la imagen de un Mandatario dubitativo acompañará su campaña de reelección y, si gana, su segundo mandato.