Se anuncia en el país una nueva serie de enmiendas a la Constitución de Montecristi propuesta por personajes deseosos de agradar a su líder, distraer al ciudadano para que no piense en la crisis económica, o simplemente ansiosos de una bocanada de fama.
Esas enmiendas, aunque fuesen aprobadas por la Asamblea Nacional, nunca entrarán en vigencia; ahora, porque está prohibido hacer cambios a las normas electorales cuando falta menos de un año para las elecciones, y después, porque ya vendrá otro gobierno que anulará todas las veleidades de los revolucionarios.
El deseo de reformar nuevamente la Constitución revela, además de las pequeñeces señaladas, el irrespeto a la ley, la prepotencia de quienes creen que pueden hacer cambios insulsos solo porque cuentan con una mayoría tan veleidosa que ahora pide que se declare inconstitucional la transitoria que ella misma puso en la carta constitucional para permitir la reelección que esa enmienda prohíbe para este período y antes había autorizado alzando la mano por unanimidad y poco antes había prohibido convencida de la inconveniencia de la reelección.
Pasa lo mismo en todos esos países arruinados por el populismo y rehenes de los caprichos de sus caudillos. Veamos:
El presidente Evo Morales, en Bolivia, pretende hacer una nueva consulta para ver si el pueblo que le negó la reelección, ha cambiado de opinión.
Daniel Ortega, en Nicaragua, va a otra reelección pero esta vez con su esposa como compañera de fórmula, de manera que si no termina el mandato el país le quede como herencia a su compañera.
Ortega acaba de probar que no es una democracia con la destitución de 28 diputados de oposición, con las mismas armas que aquí se utilizaron para destituir a 57 diputados.
Nicolás Maduro, en Venezuela, se mantiene en el poder aunque está convirtiendo el país en manicomio con caprichos y disparates en vez de leyes.
Las últimas arbitrariedades son secuestrar trabajadores de las empresas para mandarlos al campo a producir alimentos y declarar en rebeldía al Poder Legislativo.
Nuestro país observa, entre confundido y asustado, las maromas que se hacen.
Con cierta burla observa el desfile por los medios de comunicación de los recolectores de firmas a favor de la reelección indefinida; a los diputados que piden la eliminación de la transitoria que aprobaron; a los promotores de una consulta destinada a ensuciar las elecciones presidenciales; a los funcionarios que pretenden negar la crisis, el endeudamiento, el desempleo, la utilización de los dineros de la reconstrucción en el pago de atrasos, y la verdad sobre la violación de las libertades denunciada por los organismos internacionales de Derechos Humanos.
Las leyes en estos regímenes autoritarios solo son una referencia que se aplica o se cambia según las conveniencias.