fcorral@elcomercio.org
Una tesis que ha cobrado protagonismo en estos tiempos dice que para “nivelar” a la sociedad, no debería haber “ricos”. La doctrina es que debería desaparecer esa “clase maldita”, que sus bienes se repartan y sus costumbres se deroguen; sus privilegios se transformen en delitos y sus propiedades se expropien o confisquen; que sus derechos se cancelen y que todos seamos igualitos. Esto hará que el empleo lo genere el Estado; que los sueldos los pague cualquier ministerio; que la aspiración mayor sea palanquearse un puesto o, como los españoles del franquismo decían, “conseguir un destino”.
Si la hipótesis se cumple, los ricos y todos los demás seremos dependientes, no del empresario grande o chico, sino del político, seremos hijos del poder y compadres de la suerte electoral, o del “señor director” de la burocracia. Pero ocurre que sin los ricos no habrá tributos que se paguen ni puestos de trabajo que se creen. No habrá innovación: habrá el infinito aburrimiento del destino marcado por el discurso y el presupuesto estatal.
Pero…, sin los ricos que auspiciaron o financiaron a los curiosos y a los locos, y a universidades privadas, no habría energía eléctrica, ni teléfono ni celular ni google. No habría rayo láser. No habría computadora. ¿O todos esos fueron inventos de planificadores encerrados en algún cenáculo del socialismo real, o nacieron, quizá, de alguna ideología?
Sin los ricos no habría acumulación productiva, ni recursos para invertir y ganar -legítimamente, claro-, para pagar sueldos, financiar a la seguridad social, sostener con impuestos al Estado. No habría plata para innovar. No habría universidades que promuevan investigación en libertad, habría solo conventos que satanicen la crítica y repitan catecismos de los dogmáticos. Habría pobreza, revolución permanente y movilizaciones interminables.
Sin los odiosos ricos no habría tampoco clase media, y por tanto, no existiría democracia, porque ella prospera donde hay libertad, ambición, iniciativa, ganas de ser algo más. Solo habría masa dócil. Y no habría superación porque la gente sube por imitación, ahorra para ser mejor, o para que los hijos lleguen a dónde los padres no pudieron. Ejemplos hay en todas partes.
Sería interesante preguntar, ¿quién no quiere ser “rico”, quién no quiere comprar mejor casa, viajar, enviar a los hijos al exterior? ¿Serán esas perversiones capitalistas, o tendencias naturales de gente con vocación de libertad? ¿Por qué los emigrantes van a los paraísos capitalistas? ¿Por qué no enderezan hacia Cuba o Venezuela? Curioso: eligen los Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania. Prefieren salir de la pobreza sin favor estatal, y al final, ¡quieren ser ricos¡ ¿Tontos y alienados? Al contrario, inteligentes esos ejemplares y esforzados seres humanos.