Las acciones humanas traen siempre consecuencias. Mayores cuando son de actores de la vida pública, aunque las privadas también. En la culminación de la última de esas acciones públicas, que esos son todas las de las autoridades, aunque sean actos en su vida privada, las consecuencias están a la vista.
Es difícil encontrar un acontecimiento en que todos, los intervinientes y los que no, salgan perdiendo. Lo relacionado con las acciones judiciales contra El Universo y los periodistas autores del libro ‘El Gran Hermano’ solo ha causado daño y perjuicios, aún a los no involucrados.
Si es que se ha cerrado ya este capítulo de la historia del país, lo que está por verse, la relación de la autoridad con la sociedad debería cambiar, con tolerancia y respeto a la opinión ajena.
Perdió la confianza indispensable en la administración de justicia. Que el primer acto de la nueva Corte haya sido ratificar lo resuelto tan negativamente por un juez cuya actuación está en duda, no favorece a la confianza que se necesita, desesperadamente, para saber que las sentencias judiciales son resultado de la ley y no del interés de grupos de presión, económicos, políticos o gubernamentales. Barbaridades como la autoría coadyuvante y la sanción penal a una persona jurídica, no resisten el menor análisis serio, y han sido ratificadas por la nueva Corte, en su acto de inauguración, poniendo dudas sobre su independencia.
Perdió la credibilidad necesaria, en los medios, que con sus aciertos y desaciertos, han sufrido un desgaste, del que deberían estar conscientes, desde que el Presidente los convirtió en sus adversarios, con los excesos a los que generalmente conduce el enfrentamiento político, irracional, apasionado.
Perdió la imagen internacional del Ecuador y del gobierno, porque la imagen de autoritarismo, intolerancia y ataque a libertades esenciales, se ha regado por el mundo, no solo por los medios internacionales, sino desde personalidades destacadas del mundo político y académico.
Perdió el Presidente, que confunde su popularidad con licencia para cualquier cosa, concediendo un perdón sin olvido, muy poco cristiano, al exponerse en el candelero de la opinión internacional y por el riesgo cierto de que instancias internacionales reviertan lo resuelto por los jueces que se han ganado la sospecha . Pierde el Presidente por la desatinada reclamación económica, levantando sospechas sobre su interés de enriquecerse a través de los juicios, sensación que no se borra con su perdón, sin propósito de enmienda.
Perdió la libertad de opinar, por el amedrentamiento de la sentencia no casada por la Corte y por la amenaza a los medios y directivos, que publiquen opiniones cuya responsabilidad no compete a nadie más que a quien las emite, promoviendo la censura previa.